miércoles, 22 de abril de 2009

La resistencia palestina: Un derecho legítimo y un deber moral


Samah Jabr*
21/4/2009

Las atrocidades incesantes e insoportables perpetradas por el gobierno israelí apenas nos permiten reflexionar sobre el aspecto moral de nuestra resistencia. Lo habitual es que nuestras reacciones ante los acontecimientos sean inmediatas, instintivas y emocionales. Los pocos que consiguen reflexionar sobre los aspectos morales, políticos y estratégicos de nuestra lucha se ven enfrentados a la falta de perspectiva y a los daños causados por el conflicto que prevalecen sobre la razón y la conciencia.

¿Cómo analizar la resistencia palestina, en el marco de la larga historia del conflicto palestino-israelí, con la mayor objetividad y el respeto que merece? La ocupación de Palestina se fundamenta en una ideología del siglo XIX que niega la existencia de un pueblo y que ha llevado a cabo un programa colonial basado en el derecho divino a “una tierra sin pueblo”. Para responder a esta agresión teológico-colonial, la resistencia palestina ha adoptado la estrategia “de la guerra de un pueblo”, que aspira al reconocimiento de Palestina como una nación desposeída, en lugar de una “nación inexistente”.

Hasta la fecha, los palestinos ni tienen Estado, ni fuerzas armadas. Nuestros ocupantes nos someten a toques de queda, expulsiones, demoliciones de casas, torturas legalizadas y toda una serie de violaciones de los derechos humanos. Nada puede justificar la comparación entre el grado de responsabilidad oficial que se les atribuye a los palestinos por las actuaciones de algunos individuos y la responsabilidad de la sistemática violencia brutal contra una población en su totalidad, practicada con total impunidad por el Estado de Israel. Los medios de información estadounidenses califican de “terrorismo” nuestra búsqueda de libertad, de forma que el palestino asume el papel de prototipo internacional de terrorismo. Esta política ha condicionado la opinión pública occidental y ha tenido como consecuencia una toma de partido internacional que se manifiesta en la tendencia a describir las violencias contra civiles palestinos de forma neutra. Las víctimas palestinas quedan reducidas a simples estadísticas anónimas mientras que las israelíes se difunden con imágenes y palabras terribles.

Esta distorsión de la resistencia palestina ha asfixiado cualquier diálogo razonable. Muchos de nuestros esfuerzos para oponernos al arbitrario dominio del ocupante son rechazados con la amenaza del “terrorismo”, como si debiéramos excusarnos continuamente y condenar la resistencia palestina- a pesar de la falta de acuerdo sobre la definición del término “terrorismo” y de que el derecho a la autodeterminación mediante la lucha armada está autorizado por el artículo 51 de la Carta de la ONU relativo a la autodefensa.

¿Cómo es posible que la palabra “terrorismo” se aplique tan alegremente a los individuos o grupos que utilizan bombas caseras, y no a los Estados que emplean armas nucleares y otras prohibidas, para asegurar el dominio del opresor? Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña, se deberían encontrar lógicamente a la cabeza de la lista de los Estados exportadores de terrorismo por sus agresiones militares contra poblaciones civiles en Palestina, Iraq, Sudán, etc. Pero “terrorismo” es un término político del que se sirve el colonizador para desacreditar a quienes se resisten- de la misma manera que los afrikaners y los nazis calificaban de “terroristas” a los combatientes negros sudafricanos y a los miembros de la resistencia francesa.

Existe también la tendencia entre quienes se oponen a la resistencia palestina de recurrir al término “Jihad”, empleado como sinónimo de “terrorismo”. Así, reducen el significado de la palabra “Jihad” a la idea de muerte. Jihad es un concepto mucho más amplio que significa luchar contra nuestros bajos instintos, esforzarse en realizar buenas acciones, oponerse activamente a la injusticia y ser pacientes en los momentos difíciles. Jihad no significa utilizar la violencia contra las criaturas de Dios, ni el coraje de morir defendiendo sus derechos. Sin embargo, la violencia puede ser un medio de defensa para un ser humano racional. Por ello, por ejemplo, cuando una mujer reacciona violentamente frente a una amenaza de violación, es una forma de Jihad.

Más aún, la Jihad es un valor islámico y no todos los resistentes palestinos son musulmanes. Que unos jóvenes palestinos se inmolen es un secreto que se llevan con ellos. Quizás se trate del fruto misterioso de la venganza que crece en una tierra abonada por la opresión y la ocupación, o la profunda manera de protestar contra una crueldad sin piedad; o una tentativa desesperada de conseguir la igualdad con los israelíes a través de la muerte, ya que no pueden alcanzarla en vida. Las gentes que viven en unas condiciones inhumanas desde que nacen son, desgraciadamente, capaces de actos inhumanos. ¿Qué les queda a los millares de personas sin hogar de Rafah sino su resistencia? Pero no se trata del Islam, es la naturaleza humana común a hombres y mujeres creyentes, laicos y agnósticos. Nuestras mujeres camicaces no mueren en manera alguna con la esperanza de encontrarse con las 70 vírgenes que les esperan en el Paraíso.

Otro factor decisivo en la resistencia palestina es la lamentable historia de las sucesivas negociaciones de paz y la ausencia de apoyo internacional. Las negociaciones con Israel sólo nos han traído promesas de autonomía frente a nuestro empobrecimiento, reforzando la voluntad del poderoso y consolidando las ilegalidades, como fundamento de una ocupación concebida para perdurar. La ausencia de negociadores honrados en las negociaciones de paz es lo más flagrante. La ONU ha sido incapaz de tomar medidas para defender los derechos de los palestinos. Ni el mundo entero ha propuesto algún remedio a las innumerables heridas que afectan a los palestinos. En múltiples ocasiones, Washington ha utilizado su derecho de veto en el Consejo de Seguridad para oponerse al consenso mundial que pedía la presencia de observadores internacionales en Cisjordania y Gaza.

La implacable denegación de nuestros derechos, unida a la ausencia de una solución internacional eficaz nos ha llevado a tomar conciencia de que nuestra única esperanza es la autodefensa.

El derecho internacional concede a una población que lucha contra el ocupante el derecho de utilizar “todos los medios a su alcance” para liberarse, y los ocupados “tienen el derecho de buscar y recibir apoyo” (cito aquí varias resoluciones de la ONU). La revolución estadounidense recurrió a la resistencia armada, la resistencia afgana lo hizo contra la Unión Soviética, la resistencia francesa contra los nazis, y los judíos resistentes en sus campos de concentración, en particular la famosa rebelión del gueto de Varsovia. De la misma manera, la resistencia palestina es el resultado de una situación de ocupación ilegal y de opresión de un pueblo en su totalidad. El grado de violencia puede variar, en efecto, y puede que la resistencia sea esencialmente no violenta. A pesar de todas las injusticias de las que son objeto, las gentes siguen empeñadas en vivir, en estudiar, en rezar y cultivar sus tierras en un país ocupado.

En ciertos casos, se resisten activamente y han recurrido a la violencia. Esta resistencia violenta puede ser defensiva (y, entonces, para mí, aceptable), por ejemplo la defensa del campo de refugiados de Jenin frente al avance de las mortíferas máquinas bélicas israelíes; o puede adoptar la forma de atentados inaceptables como el bombardeo de civiles israelíes mientras celebran la Pascua judía. No obstante, en todos los casos, son los individuos quienes eligen la forma de resistencia y su elección no es forzosamente la del conjunto del pueblo palestino. En cualquier caso, como ya lo hemos apuntado, tanto si la resistencia es violenta o no, siempre es igualmente aplastada por una violencia deliberada de Estado por parte del gobierno israelí libre y democrático y de su ejército. La muerte de la pacifista estadounidense Rachel Corrie es la demostración palpable.

“¿Dónde está el Ghandi palestino?”, se preguntan algunos. Nuestros “Ghandis” están o en la cárcel, o en el exilio o enterrados. No somos centenares de millones. Un pueblo de tres millones trescientas mil personas desarmadas es vulnerable frente a seis millones de israelíes, prácticamente todos militarizados o reservistas. No se trata de una colonización económica: los israelíes llevan a cabo una limpieza étnica para apoderarse de la tierra palestina en provecho exclusivo de los judíos.

Resulta irónico constatar cuán pocas personas de las que piden a los palestinos que imiten a Gandhi se plantean preguntas sobre el sionismo, causa primera de la ocupación. Sin embargo, en 1938, Gandhi ponía ya en duda los argumentos políticos del sionismo. “Mi simpatía no me hace olvidar las exigencias de justicia, el llamamiento para la creación de un hogar nacional para los judíos no me seduce especialmente. El principio en que se basa ese hogar hay que buscarlo en la Biblia y en la tenacidad con la que los judíos han ansiado su retorno a Palestina. ¿Por qué no pueden ellos, como los demás pueblos de la tierra, establecer su hogar en el país en el que han nacido y donde se ganan la vida?”.

Gandhi rechazó rotundamente la idea de un Estado judío en la “tierra prometida”, señalando que “la Palestina de la concepción bíblica no es un lugar geográfico”.

La resistencia violenta es el resultado de una ocupación militar inhumana; que inflige arbitrariamente castigos diarios y sin juicio alguno; que niega la posibilidad de conservar los medios de subsistencia y destruye de forma sistemática cualquier perspectiva de futuro del pueblo palestino. Los palestinos no han ido a la tierra de otro pueblo para destruirlo o expoliarle sus bienes. Nuestra ambición no es inmolarnos para aterrorizar a otros. Queremos que todo el mundo pueda tener, como es debido, una vida decente en nuestra tierra natal.

Lo más descorazonador de las críticas expresadas contra nuestra resistencia es que ignoran nuestros sufrimientos, nuestras desposesiones y la violación de nuestros derechos más elementales. Cuando se nos asesina, esas críticas se vuelven insensibles. Nuestra cuotidiana lucha pacífica para llevar una vida normal se ignora en gran medida. Cuando algunos de nosotros sucumben a la revancha y a la venganza, la indignación y las condenas recaen sobre la totalidad de nuestro pueblo. La seguridad israelí se considera más importante que nuestros derechos elementales a la existencia; los niños israelíes se consideran más humanos que los nuestros; y el dolor israelí más inaceptable que el nuestro. Cuando nos rebelamos contra las condiciones inhumanas que nos machacan, nuestros críticos nos comparan con los terroristas, enemigos de la vida y de la civilización.

Pero no es para apaciguarlos por lo que debemos reconsiderar nuestra resistencia, sino porque nos preocupamos de la moral de los palestinos y de su espíritu.

Las leyes internacionales y el precedente histórico de muchas naciones reconocen el derecho de una población a tomar las armas para luchar por su liberación cuando se encuentra bajo el yugo de una opresión colonial. ¿Por qué la situación habría de ser diferente en el caso de los palestinos?¿Acaso no se trata de una norma de derecho internacional y por ello de aplicación universal? Los estadounidenses han establecido en su Constitución los derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Resulta esencial dar prioridad al derecho a la vida. Al fin y al cabo, sin el derecho a seguir vivo, a protegerse de los ataques, a defenderse, los demás derechos quedarían vacíos de sentido. La consecuencia de este derecho, es el derecho de autodefensa.

Los palestinos seguimos enfrentados a una ocupación brutal con el pecho al descubierto y las manos desnudas. Yo creo en el diálogo entre palestinos e israelíes pero las negociaciones no son suficientes en sí mismas; deben acompañarse de la resistencia a la ocupación. Mientras los israelíes hablan con nosotros, continúan construyendo colonias y levantando un Muro que nos encerrará más y violará todavía más nuestros derechos. ¿Por qué habríamos de abandonar nuestros derechos a resistir y seguir viviendo en el reino del asesino absurdo?

Vivir bajo la opresión y someterse a la injusticia es incompatible con la salud mental. La resistencia no es sólo un derecho y un deber sino también un reparación para los oprimidos. Independientemente de cualquier opción estratégica o pragmática, nuestra resistencia es la expresión de nuestra dignidad humana. La resistencia violenta debe ser siempre defensiva y utilizada como último recurso. Sin embargo, es importante distinguir los objetivos aceptables (militares) de los inaceptables (civiles) y establecer límites a la utilización de nuestras armas. El opresor, por su parte, no debe estar exento de estos mismos principios.

La historia de nuestra resistencia debe ser analizada y evaluada desde el punto de vista del derecho internacional, de la moral, de la experiencia y de los factores políticos, teniendo en cuenta los acontecimientos cronológicos y el contexto, poniendo en su justo lugar los derechos humanos, las leyes internacionales y las normas de comportamiento desde hace mucho tiempo asumidas por la comunidad internacional. Los palestinos deben ser creativos en la búsqueda de alternativas no violentas y eficaces como formas de resistencia. Ellas podrán convocar a los progresistas de todo el mundo a unirse a nuestro combate. A fin de cuentas, la fuerza de los palestinos reside en su moral, en sus características humanas nosotros nos corresponde encontrar los recursos morales y humanitarios con el fin de preservar esta fuerza.

* Samah Abr es palestina, médica y vive en el Jerusalén ocupado.

- Michel Collon Info

- Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre

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