05-03-2009
José Steinsleger
La Jornada
La primera intifada (levantamiento, agitación) de Gaza y Cisjordania empezó en 1987 y acabó en 1993, con los Acuerdos de Oslo y la creación de la Autoridad Nacional Palestina, engendro político favorable a los gángsters que gobiernan Israel. Las piedras habían sido el arma principal de la resistencia en los territorios ocupados.
La segunda intifada empezó el 28 de septiembre de 2000, cuando frente al cadáver de Mohamed Dura en los brazos de su padre, llevó a los niños a pensar que la figura protectora por excelencia, poco y nada podía hacer para protegerlos. El 22 de julio de 2002, luego que un avión F-16 destruyó su vivienda matando a su madre y sus hermanos de cinco y seis años, Jihad Hwitti (14) cambió de vocación: sería kamikaze, en lugar de médico.
Durante la conquista del far west, los indios de América del Norte pegaban la oreja al suelo para oír el galope y calcular la distancia de los regimientos que venían en pos de su exterminio. En Palestina, los niños son expertos en calcular la distancia de un tanque por su sonido, y los eventuales estragos que pueden causar sus proyectiles.
En octubre de 2002, la profesora estadunidense Annie C. Higgins (profesora de árabe de la Universidad de Illinois) viajó a Cisjordania, y en Yenin elaboró un pormenorizado informe que aturde el cerebro: cuando las escuelas cambian sus horarios de inicio y fin del día escolar, los cazadores israelíes ajustan rápidamente sus planes.
Higgins cuenta cómo murió Muhammad Yusuf Quaysi (16 años) herido por un tanque en su camino al liceo Salam; Mahran Ahmad Rafia (13 años) fue alcanzada por el disparo de otro tanque a las puertas de la escuela Hittin; el niño retardado Said al-Dubi fue herido por otro tanque, cerca del mercado Hisbi; Rasha al-Salfiti (18 años), de la Universidad Americana, fue alcanzada por un disparo de tanque cuando estaba sentada esperando un autobús. Luego, el tanque impidió que la ambulancia de la Media Luna Roja pudiese llevarla al hospital.
Sigue: Adil Abu Zayad cayó herido por la metralla de un tanque que rebotó contra un muro; en la escuela femenina Khansa, las niñas se lanzaron al suelo mientras un par de de tanques disparaban contra las ventanas del inmueble. El director del Consejo de Educación transmitió un mensaje llamándolas a mantener la calma. A las 10 de la mañana, las clases retomaron la normalidad. El día escolar acabó a las 12:30 a.m. Los hechos corresponden a una sola jornada: 8 de octubre de 2002.
El 5 de octubre de 2004, un oficial israelí disparó contra Iman Alhassam, de 13 años, en momentos que se dirigía a la escuela en Rafah (Gaza). Luego, le vació el cargador de su arma cuando ya estaba en el suelo. Veinte impactos. Detenido, el oficial justificó su acción. ¿Acaso Iman no podía cargar una bomba en su mochila escolar? (Agencias Dpa, Reuters, Afp. Jerusalén, 13 de octubre.).
Pero el edificio debía ser destruido porque allí habían vivido Mahmud y Mamad Hamash. Mahumd cumplía una sentencia de 50 años, y Mamad se hallaba a la espera de juicio. Los familiares abandonaron la casa. El ejército colocó los explosivos. A distancia, 120 niños de dos a seis años observaron el operativo. Luego, como si se tratase de un juego más, corrieron junto con sus maestros a rescatar de los escombros libros, dibujos y materiales didácticos con los que aprendían a cantar y bailar.
En noviembre de 2005, la organización Médicos por los Derechos Humanos de Israel y la Comunidad para el Programa de Salud Mental de Gaza interpusieron una querella judicial a fin de prohibir los vuelos rasantes de los aviones supersónicos sobre la población civil. Los médicos comentaron el incremento de abortos espontáneos entre las mujeres palestinas, y el pánico que el estruendo causaba entre los niños. El ministerio de Defensa de Tel Aviv respondió que los vuelos eran “...una alternativa menos amenazadora al fuego de artillería y los asesinatos selectivos” (sic).
En abril de 2006, el periodista israelí Gideon Levy, publicó en Haaretz la truculenta historia de la niña Nazarin Abu Hashash (nueve años), sin padre, 11 hermanos y en la miseria total. Una bala israelí recubierta de caucho le había perforado la mandíbula. Tras increíbles peripecias con taxis y ambulancias que la llevaron de un lugar a otro, y un aparato que no podía ajustarle la mandíbula fracturada en 12 partes, la niña fue internada en el hospital israelí Hadaza.
Babeando y farfullando a causa de las heridas, Nazarín dijo a Levy: Lo que me gustaría ahora es acabar la manzana que me disponía a comer cuando recibí el disparo en la azotea de mi casa.
Sam Bahour, empresario palestino estadunidense, almuerza con su familia en la pizzería Angelo’s, ubicada en la calle principal de Ramallah (Cisjordania). El restaurante –recuerda Sam– estaba lleno de clientes nerviosos por los ruidos de los disparos sobre nuestras cabezas. Los camareros, que han pasado por esto cientos de veces, se acercaban a las mesas, jugaban y bromeaban con los niños, tratando de que todo pareciese normal.
Sam y su esposa Abeer observan que Areen, su hija mayor, está muy nerviosa y ya quiere regresar a casa. Pero la pequeña Nadine continúa disfrutando muy lentamente su hamburguesa y las papas fritas. ¡Son las mejores hamburguesas de la ciudad!, exclama Nadine, mientras en las calles aledañas las excavadoras israelíes destruyen los automóviles estacionados.
“Ellos vienen, disparan y se van... Por tanto, ¿cuál es el problema?”, dice Nadine. Cuando se vayan, nos iremos a casa, ¿cierto, papá? La lógica de la niña desencaja al papá. ¿Cuál es el problema? El problema, escribe Sam, es... ¿cómo una niña de seis años se sienta tranquilamente a devorar con entusiasmo una hamburguesa durante una miniguerra sin presentar el menor signo de disturbio?
La crónica de Sam (El ejército israelí y la hamburguesa de mi hija, The Electronic Intifada) data de enero de 2007, y revela el día a día del lento holocausto palestino: “Israel –escribe– ya está creando una nueva generación de palestinos más insensible que las anteriores frente a la ocupación militar. De la misma forma está creando una generación de ocupantes israelíes que ven a Palestina como el far west. Está despojando a los niños, tanto palestinos como israelíes, de su niñez”.
En abril de 2008, Aish Samour, director del Hospital Siquiátrico de Gaza, estimaba que 30 por ciento de los niños palestinos menores de 10 años sufren incontinencia urinaria. Samour recibe a unos 33 niños por mes.
“Los niños de Gaza –describe– no son niños que llevan vidas normales. Viven con sufrimientos sicológicos inmensos, derivados de las prácticas de la ocupación israelí, y esto tiene un impacto negativo en su existencia.”
Eyad Al-Sarraj, director del Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza, explica que los niños han perdido los dos pilares más importantes que había en sus vida: el sentido de la seguridad, perdido a causa de los ataques, bombardeos y destrucción, y el sentido de alegría y felicidad, que es fundamental en la infancia.
Cuando un niño ve a su padre impotente e incapaz de proporcionarle seguridad, siente inmediatamente hostilidad y alejamiento hacia él. Al-Sarraj asegura que 45 por ciento de los niños estudiados dijeron que habían visto a los soldados judíos golpeando e insultando a sus padres.
A ello se suman otros trastornos. En junio de 2006, uno de cada tres palestinos recién nacidos moría de enfermedades prevenibles debido a la falta de cuidados y medicamentos básicos, y a las enormes dificultades para que Israel autorizase la llegada de médicos, fármacos, aparatos sanitarios.
Según un estudio del Ministerio Palestino de Asuntos Sociales, con el auxilio del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), 75 por ciento de los niños sufren problemas emocionales causados por la continua exposición al vuelo rasante y ruido de los bombardeos.
Los más pequeños mojan la cama, sufren pesadillas, y los niños mayores son problemáticos y coléricos. Ansiedad, llanto, regresión, problemas de habla, miedo, agresividad, estrés, y en los más grandecitos sentimientos de impotencia, rebeldía y retraimiento. Niños de tan sólo ocho años se sienten responsables de llevar a cabo la lucha palestina, dice Kristan Zaat, del Unicef.
Los chicos de Gaza pierden el apetito, se vuelven violentos, tienen pesadillas por las noches, asisten con irregularidad a la escuela.
Cada niño palestino se ha visto expuesto a más de nueve situaciones traumáticas. El estudio dice que 95.6 por ciento ha visto imágenes de heridos y asesinados. Al Sharjah añade que casi 36 por ciento de los niños de sexo masculino comprendidos en las edades de entre ocho y 12 años, y 17 por ciento de las niñas, desean morir en los ataques del ejército ocupante.
Las escenas de violencia se graban firmememente en la mente de los estudiantes y esto aflora en sus dibujos, la mayoría de los cuales representan aviones, tanques, bulldozers, mártires, funerales, aviones que lanzan misiles sobre sus casas, hogares y árboles destruidos.
En diciembre de 2006 el menor Ayman Abu Mahdi (10 años) recibió un disparo, y agonizó durante una semana entera en la unidad pediátrica de cuidados intensivos del Centro Médico Sheba, en Tel Hashomer. Los israelíes no permitieron el paso de la ambulancia palestina que había transportado al niño de la clínica Kamal Adwan (Gaza) hasta el puesto de control. Un tío tuvo que pagar 2 mil shekels (360 euros) para que la ambulancia israelí se presentara.
Y el padre, por no ser ciudadano israelí, necesitó de seis días de incesantes gestiones para conseguir la autorización, que llegó seis horas antes de la muerte de Ayman.
El 9 de junio de 2006, en plena celebración musulmana del viernes de oración, una cañonera israelí bombardeó con obuses la playa Al-Sudaniya (norte de Gaza), repleta de bañistas, y mató a tres niños de uno, tres y 10 años, y a siete personas más. Las imágenes de la joven Huda Ghalia, llorando y abrazando el cadáver de su padre en la playa, dieron la vuelta al mundo. Pero el ministro de Defensa, Amir Peretz, negó los hechos, y atribuyó la tragedia a “…un artefacto enterrado en la arena”.
El 22 de agosto de 2007, dos niños de nueve y 12 años y cuatro adultos fueron asesinados por el ejército israelí en la localidad Beit Hanun (Gaza). Su delito: protestar por el impedimento de la entrada de papel destinado a la fabricación de textos escolares. Un mes después, cerca del campo de refugiados Al Bureij (en el centro de la franja de Gaza), un adolescente fue arrollado por una excavadora militar. Su delito: lanzar piedras contra las tropas de ocupación.
Repetida una y mil veces hasta tornarlas en duda o verdad, Israel recurre a la mentira como política de Estado. La intoxicación informativa y el victimismo sirven para justificar el genocidio de palestinos y, en particular, el asesinato de los niños. Las historias tratan de causar la falsa impresión de que todos los niños palestinos son potenciales atacantes suicidas. Tal fue el caso de Husam Abdul, de Nablus (Cisjordania), quien supuestamente pretendía inmolarse.
Husam (14 años), fue detenido en marzo de 2008 en un puesto de control, con un cinturón de explosivos. Las televisoras exhibieron al niño como ejemplo del fanatismo palestino. Los israelíes afirmaron que palestinos no identificados le habían ofrecido 100 shekels “…si el niño emprendía un ataque suicida contra sus tropas...” (sic). Sin embargo, un corresponsal premoderno de la cadena de televisión Al Jazeera osó preguntar por qué las cámaras de televisión de Israel se encontraban en aquel punto de control, más de dos horas antes de que el niño fuera capturado.
Los militares israelíes tratan de que el mundo no sienta horror ante los crímenes diarios que se cometen contra los niños palestinos. Y todo esto se complica por el hecho de que, debido al bloqueo y asedio a Gaza, los niños sufren un estado crónico de desnutrición, que afecta sus capacidades intelectuales.
Los grupos de derechos humanos han señalado que los soldados israelíes matan deliberadamente a los niños, tal como muestra el hecho de que la mayoría de los disparos recibidos por los menores fueron dirigidos a la cabeza o el pecho. Es decir que los niños de Palestina no han sido víctimas a causa de daños colaterales, sino blancos militares y sujetos de crímenes muy bien pensados por la inteligencia israelí.
El 3 de enero pasado, en el pico de la invasión a Gaza, murieron cuatro de los nueve hijos de Fatma Abú Halima. Con llagas espantosas desde los pies hasta el cuello, el cuerpo de Fatma se incendió bajo una tormenta de tres bombas de fósforo blanco que arrancaron de sus brazos a la pequeña Shajed, mientras le estaba dando el pecho. “Vi cómo se quemaban todos mis niños… se les separó la cabeza del cuerpo”, declaró a los médicos.
La tregua llegó y cuatro días después, en el barrio Abú Reish, una bala atravesó la cabeza de Ahmed Hassanin, de siete años. El neurocirujano que lo operó, Usama Said Aklouk, dice que Ahmed puede salvarse pero quedará parapléjico, sin habla o capacidad mental siquiera para reconocer a los suyos.
De una crónica escrita por Suzanne Baroud, editora de Palestine.Chronicle.com: “...Un niño está sentado en la acera junto a su madre, que se apoya contra el muro de un edificio colapsado y su vida está agotándose. La madre usa las últimas fuerzas que le quedan para levantar el brazo y acariciar la mejilla del niño con la palma de la mano, pero ya se ha ido. El niño se sujeta la cabeza con las manos y llora. Ya está completamente solo”.
Frente a la fosa común, Suzanne se sorprende dulcemente por la oración de los palestinos a sus niños: Dios es grande, gracias a Dios por todo. Olvida ya todos tus miedos y descansa y encuentra a tu bienamado profeta, y a todos tus pequeños amigos que han caído antes que tú.
En el Primer informe sicológico sobre Gaza, elaborado por el Grupo de siquiatras y sicólogos de la Federación Árabe de Siquiatras, la doctora Ahmed Okasha escribe:
“Es evidente que un grave y continuo perjuicio sicológico en gran escala y por cierto periodo fue intencional y deliberado. Los agresores estaban muy seguros de que podrían escabullirse del castigo porque nadie controló todos estos crímenes de guerra para procesarlos. La propaganda y la guerra sicológica tuvieron un papel crucial en esta agresión...”
“Por consiguiente –añade– hay una imperiosa y fuerte necesidad de que los niños sean atendidos. Esto es una llamada de ayuda a todos los especialistas en siquiatría y sicología infantil de todo el mundo, y a sus colaboradores, para que aporten su asistencia.”
Fuente: La Jornada, 1, 2 y 3
Viñetas: Por la artista Palestina Omayya Joha
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