La naturaleza de cualquier régimen al que apoye en el mundo árabe es secundaria respecto al control. Los pueblos son ignorados hasta que rompen sus cadenas
Noam Chomsky
guardian.co.uk, viernes 04 de febrero 2011 16.30 GMT
"El mundo árabe está en llamas", informó Al-Jazeera la semana pasada, mientras por toda la región los aliados occidentales "están perdiendo rápidamente su influencia". La onda de choque que se puso en marcha con el dramático levantamiento de Túnez que expulsó a un dictador respaldado por occidente, ha tenido reverberaciones sobre todo en Egipto, donde los manifestantes pudieron con la brutal policía de un dictador.
Los observadores lo compararon a la caída de los dominios de Rusia en 1989, pero hay diferencias importantes. Fundamentalmente, no existe un Mikhail Gorbachev entre las grandes potencias que apoyan a los dictadores árabes. Por el contrario, Washington y sus aliados mantienen el principio bien establecido de que la democracia sólo es aceptable en la medida que se ajuste a los objetivos estratégicos y económicos: bien en territorio enemigo (hasta cierto punto), pero no en nuestro patio trasero, por favor, salvo que se haya domesticado adecuadamente.
Un ejemplo de los de 1989 tiene cierta validez: Rumania, donde Washington mantenía su apoyo a Nicolae Ceausescu, el más cruel de los dictadores de Europa del Este, hasta que la lealtad se hizo insostenible. Entonces Washington elogió su derrocamiento, mientras el pasado fue borrado. Eso es un patrón estándar: Ferdinand Marcos, Jean-Claude Duvalier, Chun Doo Hwan, Suharto, y muchos otros gángsteres de utilidad. Puede estar en marcha en el caso de Hosni Mubarak, junto con los esfuerzos de rutina para tratar de garantizar un régimen sucesor que no se desvíe mucho de la ruta aprobada.
La esperanza actual parece ser el general Omar Suleiman, leal a Mubarak, que acaba de ser nombrado vicepresidente de Egipto. Suleiman, que ha sido durante mucho tiempo el jefe de los servicios de inteligencia, es casi tan despreciado por el público en rebelión como lo es el propio dictador.
Una frase común entre los expertos es que el miedo al islamismo radical requiere oposición (reacia) a la democracia por razones pragmáticas. Aunque no sin algún mérito, la formulación es engañosa. La amenaza general ha sido siempre la independencia. Estados Unidos y sus aliados han apoyado con regularidad a islamistas radicales, a veces para evitar la amenaza del nacionalismo secular.
Un ejemplo familiar es Arabia Saudita, el centro ideológico del islamismo radical (y del terrorismo islámico). Otro, en una larga lista, es Zia ul-Haq, el más brutal de los dictadores de Pakistán y el favorito del presidente Reagan, que llevó a cabo un programa de islamización radical (con financiación saudita).
"El argumento tradicional presentado dentro y fuera del mundo árabe es que no pasa nada y que todo está bajo control", afirma Marwan Muasher, un ex funcionario de Jordania y ahora director de investigación de Oriente Medio para la Fundación Carnegie. "Con esta línea de pensamiento, las fuerzas atrincheradas argumentan que los opositores y los de afuera que están pidiendo reformas están exagerando la situación sobre el terreno."
Por lo tanto la población puede ser ignorada. Las huellas de la doctrina son de hace mucho tiempo y se hacen extensivas a todo el mundo, también al territorio nacional estadounidense. En caso de disturbios pueden ser necesarios cambios tácticos, pero siempre con miras a reafirmar el control.
El vibrante movimiento por la democracia en Túnez se dirigió contra "un Estado policial, con poca libertad de expresión o asociación, y graves problemas de derechos humanos", gobernado por un dictador cuya familia era odiada por su venalidad. Así lo dijo el embajador de EEUU Robert Godec en un cable de julio de 2009 publicado por Wikileaks.
Por tanto, para algunos observadores los "documentos de WikiLeaks deben crear una sensación reconfortante entre el público americano de que los funcionarios no están dormidos en los laureles" - de hecho, que los cables apoyen tanto las políticas de EEUU es casi como si fuera el mismo Obama el que los estuviera filtrando (o eso escribió Jacob Heilbrunn en The National Interest.)
"Estados Unidos debería darle a Assange una medalla", dice un titular del Financial Times, donde Gideon Rachman escribe: "La política exterior de Estados Unidos aparece como con principios, inteligente y pragmática ... la posición pública adoptada por EEUU sobre cualquier tema es también por lo general la posición privada."
Desde esta óptica, WikiLeaks socava a los "teóricos de conspiraciones" que cuestionan los motivos nobles que Washington proclama.
El cable de Godec apoya estos juicios - al menos si no miramos más allá. Si lo hacemos, como el analista de política exterior Stephen Zunes informa en Foreign Policy in Focus, nos encontramos con que, con la información Godec en la mano, Washington dio US$ 12 millones de ayuda militar a Túnez. Porque sucede que Túnez fue uno de los cinco beneficiarios del exterior: Israel (de modo habitual), las dos dictaduras de Oriente Medio Egipto y Jordania, y Colombia, que siempre ha tenido el peor récord de derechos humanos y la mayor parte de la ayuda militar estadounidense en el hemisferio.
La exhibición A de Heilbrunn es el apoyo árabe a las políticas estadounidenses dirigidas contra Irán, según revelaron los cables filtrados. Rachman también se apodera de este ejemplo, como hicieron los medios de comunicación en general, celebrando estas alentadoras revelaciones. Las reacciones ilustran cuán profundo es el desprecio por la democracia en la cultura ilustrada.
No se ha mencionado lo que piensa la población - fácilmente descubierto. Según las encuestas publicadas por la Institución Brookings en agosto, algunos árabes están de acuerdo con Washington y los comentaristas occidentales respecto a que Irán es una amenaza: el 10%. En contraste, consideran a EEUU e Israel como las mayores amenazas (77%, 88%).
La opinión pública árabe es tan hostil a las políticas de Washington que una mayoría (57%) piensa que la seguridad regional se vería fortalecida si Irán tuviera armas nucleares. Sin embargo, "no pasa nada, todo está bajo control" (como describe Muasher la fantasía vigente). Los dictadores nos apoyan. Sus pueblos pueden ser ignorados - a menos que rompan sus cadenas, y entonces debe ajustarse la política.
Otras filtraciones también parecen prestar apoyo a los juicios entusiastas sobre la nobleza de Washington. En julio de 2009, Hugo Llorens, embajador de EEUU en Honduras, informó a Washington de una investigación de la embajada sobre "cuestiones constitucionales y legales que rodean el retiro forzoso el 28 de junio del Presidente Manuel 'Mel' Zelaya."
La embajada llegó a la conclusión de que "no hay duda de que el ejército, el tribunal supremo y el congreso nacional conspiraron el 28 de junio en lo que constituyó un golpe de Estado ilegal e inconstitucional contra el Poder Ejecutivo". Muy admirable, salvo que el Presidente Obama procedió a romper con casi todos los de América Latina y Europa al apoyar el régimen golpista y al ignorar las atrocidades subsiguientes.
Quizá las revelaciones más notables de WikiLeaks tienen que ver con Pakistán, revisadas por el analista de política exterior Fred Branfman en Truthdig.
Los cables revelan que la embajada de EEUU es muy consciente de que la guerra de Washington en Afganistán y Pakistán no sólo intensifica el rampante antiamericanismo, sino también "los riesgos de desestabilización del Estado paquistaní", e incluso plantea una amenaza de la peor pesadilla: que las armas nucleares puedan caer en la manos de terroristas islámicos.
Una vez más, las revelaciones "deben crear una sensación reconfortante ... de que los funcionarios no están dormidos en el cambio" (palabras de Heilbrunn) - mientras Washington marcha incondicionalmente hacia el desastre.
© 2011 Noam Chomsky
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