(...) Si no se mata y no se miente, los europeos nos indignamos. Es natural. La verdad es más “incendiaria” que los incendios; es más “extremista” que el fósforo blanco; es más “violenta” y “provocativa” que la mutilación de un niño. Ahmadineyad, presidente de Irán, subió a la tribuna y dijo serenamente: “Israel es racista”. Los representantes europeos se le echaron encima: “violento, radical, antisemita”. La estrategia legitimadora de Israel, sencilla y brutal, se inscribe en la más acendrada tradición europea: matar, despellejar, masacrar con elegancia y sin aspavientos y escandalizarse luego ante la denuncia, que pone fin a toda posibilidad de diálogo. Decir que las críticas de Ahmadineyad no son constructivas es lo mismo que decir que las bombas de Israel no son destructivas (...)
En todo caso, que la denuncia proceda de un lugar incómodo no es algo que haya que reprocharle a Ahmedineyad, que al menos dice la verdad, sino a nuestros propios gobernantes europeos, tan parecidos en todo lo demás a su homólogo iraní, pero que podrían, si dijeran la verdad y obrasen en consecuencia, acabar con la agonía del pueblo palestino y con la ignominia del Estado de Israel. Porque lo peor, lo más obsceno, lo más vergonzoso es que el “gesto digno, enérgico y civilizado” de nuestros representantes europeos no responde ni a profundas convicciones ideológicas ni a bajos intereses económicos; tampoco al saludable sadismo de nuestra tradición colonial; ni al honrado racismo bien instalado en nuestros instintos; responde solamente a la más pura, cobarde y humillante sumisión. Nunca nadie ha levantado tanto la cabeza para lamer unas botas.
sábado, 25 de abril de 2009
Europa: la dignidad de la sumisión
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