martes, 15 de diciembre de 2009

La vida junto a la puerta del infierno

Retrato de la resistencia no violenta en una aldea palestina



Ellen Cantarow
TomDispatch

Introducción del editor de TomDispatch:

Tratad de imaginar lo siguiente: Un presidente estadounidense visita Israel y en un discurso acerca del vasto “muro de separación” que Israel sigue construyendo pasando en parte por territorio palestino, dice: “Señor Netanyahu, si busca la paz, si busca la prosperidad para Israel y la región, si busca la liberalización: ¡Venga a esta puerta! ¡Señor Netanyahu, abra esta puerta! ¡Señor Netanyahu, derribe este muro!”











Estoy seguro de que reconocéis estas famosas líneas. Con el nombre de “Gorbachov” en lugar de “Netanyahu”, el presidente Ronald Reagan las entonó el 12 de junio de 1987 frente al Muro de Berlín. Menos de dos años y medio después, por cierto, esa mancha sobre Europa, ese muro prisión del poder soviético que, en todos los años de la Guerra Fría, pocas veces desapareció de las noticias en EEUU, había desaparecido – y 20 años después todavía lo celebramos. El muro israelí, en interminable construcción, es mucho más largo, aproximadamente dos veces más alto, no menos militarizado, y no menos un milagro distópico de arquitectura carcelaria. También es un ladrón.

Mientras serpentea, roba tierra. Es, como lo fue otrora el Muro de Berlín, una mancha en el paisaje humano. Pero no es probable que algún presidente estadounidense, incluido Barack Obama, haga un viaje "reaganesco" a Oriente Próximo, denuncie el muro y llame a desmantelarlo. No ocupa mucho lugar en las noticias en este país cuando se habla de la situación israelí-palestina. Cuesta imaginar que celebremos su caída.

Mientras tanto, mientras ese grotesco muro crece, mientras se habla de viajes diplomáticos y de puntos sin salida diplomáticos, de caminos a ninguna parte y del Plan B inexistente para el gobierno de Obama, así como de posibles ataques israelíes contra Irán, los que están a la sombra del muro sufren. Ellen Cantarow, quien cubrió el conflicto israelí-palestino para Village Voice en los años ochenta, pasó recientemente un tiempo en la tierra agrícola palestina a la sombra del Gran Muro de Israel y presenta un retrato, desde debajo de las ramas de olivo, no desde las alturas de los intercambios diplomáticos, de cómo es, y lo que se necesita, para vivir cerca de la versión actual de un mega Muro de Berlín. Tom

La vida junto a la puerta del infierno
Retrato de la resistencia no violenta en una aldea palestina
Ellen Cantarow

Se habla mucho sobre la violencia en el conflicto israelí-palestino, pero pocas veces se oye hablar – por extraño que parezca – de la historia de la prolongada y determinada resistencia de numerosos aldeanos palestinos contra la pérdida de sus tierras. Lo que sigue es mi informe sobre sólo una aldea en Cisjordania.

En ningún momento desde la ocupación de Cisjordania han sido tan impactantes las apropiaciones de tierras y recursos acuíferos palestinos por Israel como en el caso de los resultantes de la construcción del “muro” iniciada en 2002. Vasto, complejo y de forma variable, el muro aparece en su forma más dramática como elementos de hormigón de 7,6 metros de altura interrumpidos por torres de control militarizadas, suplementadas por cercas electrificadas electrónicamente monitoreadas que se extienden sobre vastas distancias.

En 2004, la Corte Internacional de Justicia (ICJ) declaró la ilegalidad del muro, pero Israel ignoró el dictamen. Ahora, ondula por Cisjordania durante más de 280 kilómetros, incluyendo en su abrazo los principales asentamientos de Israel y algunas colonias menores. El muro incorporará cuando se complete más de un 85% de la población de colonos de Cisjordania, una anexión de facto por Israel de importantes partes del territorio que ocupó por primera vez en 1967. Es el sueño del Gran Israel convertido rápidamente en arquitectura. Para los palestinos, sin embargo, el muro significa robo, la separación de muchas ciudades y aldeas palestinas de su tierra y su agua.

Jayyous, con una población de 3.500 personas es una de esas aldeas. Está enclavada en un paisaje montañoso del norte de Cisjordania y tiene al oeste la ciudad palestina de Qalqilya. El panorama es uno de los más hermosos del Mediterráneo, un cruce entre la Toscana y partes de Yugoslavia. Ruinas griegas y romanas prueban la considerable edad de la aldea. Era una de las áreas más fértiles de Cisjordania. Alrededor de Jayyous florecía la agricultura con una gran variedad de árboles de nueces, cítricos y olivos, así como verduras, alimentada por abundantes pozos subterráneos. Los acuíferos bajo Jayyous y Qalqilya constituyen, de hecho, un tesoro de Cisjordania. Tierras pertenecientes a la ciudad y a la aldea lindan con la frontera de Israel previa a 1967 – la “Línea Verde”.

Antes de la llegada del muro, los comerciantes de Qalqilya y los israelíes hacían regularmente negocios a ambos lados de la frontera, mientras agricultores de Jayyous laboraban su tierra hasta la Línea Verde. Ahora la monstruosa versión en hormigón del muro rodea enteramente Qalqilya, y recuerda prisiones de alta seguridad o guetos de otras eras. Jayyous está segregada de la mayor parte de sus antiguas tierras por el muro en lo que se podría llamar su forma de “barrera” – un sistema de cercas de acero, alambre de cuchillas, y caminos patrullados por soldados israelíes.

Cuatro mil olivos y árboles cítricos fueron arrancados para abrir camino al muro. Todos los pozos de la aldea y más de un 75% de la tierra están ahora aislados detrás del muro, hacia el lado oeste – es decir “israelí”. Un pequeño asentamiento de colonos israelíes llamado Zufim está ubicado en medio de la antigua riqueza de Jayyous. Existen planes israelíes para construir hasta 1.500 nuevas unidades habitacionales en la riqueza confiscada de la aldea. Las nuevas unidades destruirán el único camino por el cual los agricultores de Jayyous pueden viajar ahora hacia y desde sus tierras: solía haber seis de esos caminos. Israel ya ha bloqueado cinco.

Sharif Omar Khalid, de sesenta y cinco años, conocido de modo más familiar como Abu Azzam, ha pasado la mitad de su vida luchando por preservar la tierra de Jayyous. En 1980, con otros agricultores que representan a aldeas en toda Cisjordania, fundó el Comité de Defensa de la tierra, una de 18 organizaciones que ahora componen la campaña Alto al Muro. Dotado de un optimismo empecinado, considera una victoria la decisión tomada en abril de 2006 por la Corte Suprema israelí, que hizo retroceder el muro al lado sur de la aldea. La decisión devolvió un 11% de la antigua tierra de Jayyous – 750 dunam de los 8.600 bloqueados por la barrera. (Un dunam equivale a mil metros cuadrados.)

El muro sigue existiendo, así como una de sus partes más esenciales: la “puerta agrícola.” Hay dos de éstas en la tierra de Jayyous – una hacia el norte; otra hacia el sur. Casi todos los agricultores de la aldea se ven obligados a utilizar la puerta norte. Es abierta por soldados israelíes durante dos intervalos de 45 minutos al alba y al anochecer y bloquea un camino patrullado por los israelíes.

Pero para pasar la puerta, atravesando el camino, y de ahí a sus tierras de labranza, los agricultores de Jayyous necesitan permisos de ‘visitante’. Desde 2003, Israel ha decretado que los aldeanos son sólo ‘visitantes’ en tierras que han laborado durante generaciones. La obtención de los permisos es una carrera de obstáculos atormentadora que sólo comienza con la prueba de propiedad de la tierra. Abu Azzam es uno de los principales propietarios de tierras de la aldea; su título data de varias generaciones, desde los días en los que Jordania ocupaba Cisjordania. Por ser un activista conocido, le denegaron periódicamente su permiso hasta que la Corte Suprema israelí terminó por otorgarle un permiso permanente que señala que su portador es un “problema de seguridad.” Esto le causa problemas adicionales en su odisea diaria hacia sus campos y de vuelta.

La puerta al infierno

La primera vez que vi una “puerta agrícola” fue en 2004 en las afueras de Mas’ha, una aldea del norte de Palestina. Inmensas fauces de acero rechinaban para pintar un cuadro de brillante amarillo ocre, gracias a los soldados de las Fuerzas de Ocupación israelíes, durante unos 30 minutos en la madrugada y de nuevo al anochecer. Entre esos dos momentos, permanecían cerradas, lo que no daba a los agricultores locales ninguna posibilidad de volver a casa para almorzar o por emergencias, ni siguiera para la irrigación del cultivo a la hora apropiada (después de la puesta del sol).

Cada apertura de la puerta de Mas’ha permitía a un agricultor solitario, Hani Amer – su casa aislada por tres lados por el muro y por el cuarto por un asentamiento israelí – que hiciera viajes esporádicos a sus campos. A ambos lados de la puerta había rollos de alambre de cuchillas enmarañados frente una barrera formada por una zanja que se extendía a lo lejos hasta donde alcanzaba la vista. Más allá de esa zanja, más alambre de cuchilla. Luego una “carretera militar” para los soldados israelíes que patrullan las fronteras de un mundo árabe considerado fastidioso por el Gran Israel.

Al otro lado de la carretera militar había más alambre de cuchillas y otra zanja antes de que finalmente Hani Amer pudiera llegar a sus campos.

Para comprender lo que la puerta realmente significa, hay que quedarse, como yo lo hice, por lo menos una noche con un agricultor en Jayyous en tiempo de cosecha. Hay que despertarse con su esposa y él a las 5.30 de la mañana, beber una taza de fuerte café arábigo, comer pan untado con mermelada hecha de fruta que cultiva en la tierra que le queda, y luego ir dando barquinazos en su tractor por el rocoso camino blanco, escabroso. Finalmente, claro está, hay que esperar con él en la puerta en una creciente fila de agricultores.

Ahora mira como llegan, al alba de un día más en el año cuarenta y dos de la ocupación, frente a esta ave rapiña salida de la imaginación de algún cineasta demente: uno en su tractor, otro con un asno cargado de sacos e utensilios para la cosecha, hasta que finalmente se forma una larga fila. Fíjate en esos omnipresentes rollos de alambre de cuchilla, y las zanjas, y esa carretera militar, sólo una forma del muro interminable que encarcela al pueblo de Palestina. Mira cómo los soldados se dan vuelta lánguidamente y abren la puerta, girando sus fauces hasta abrirlas, y la ruta militar que obstruye, para convertirla en un punto de control para la breve apertura matinal.

Mientras esperaba y miraba desde el tractor de Abu Azzam en octubre pasado, imaginé la ladera del monte al otro lado del camino tal como debe haber sido hace decenios, cuando yo todavía informaba regularmente desde Cisjordania. Los empinados montes de la región estaban entonces salpicados de líneas de terrazas que contenían olivos cuyas hojas ondulaban como plata con el viento, y los verdes más oscuros de árboles frutales y viñedos. La desordenada expansión urbana al estilo de California del Gran Israel, sus ciudades que ahora se infiltran por toda Cisjordania, formaban todavía parte de un sueño expansionista, no de una realidad pujante, y por cierto no había un muro, ni una “carretera militar,” ni, por supuesto, una puerta agrícola.

Mira ahora, como cada agricultor con su asno, su tractor, sus utensilios, se acerca al paso entre las fauces de acero abiertas. Mira a cada uno mientras se mueve hasta la ruta militar, detiene a su asno, se baja, y presenta su tarjeta de identidad a un fornido e impasible soldado israelí. Flanqueado por otros dos soldados, éste, por su parte, llama a una torre de control que se alza a lo lejos y recita en hebreo el nombre y los números de identidad de cada portador. Capta el estoicismo, la resignación, el aguante de estos agricultores mientras aceptan la indignidad de todo esto porque no existe otra alternativa. Piensa que lo que tratan de hacer es algo muy simple: cosechar sus aceitunas.

Pero primero cada uno tiene que entrar al camino, estar de pie con la cabeza inclinada o mirando hacia otro lado mientras se decide su suerte para este día, y luego, si lo aprueban, seguir adelante. Más allá hay más zanjas al otro lado de la ruta, más alambre de cuchilla y – por fin algo que parece libertad pero no lo es. Ahora se le permite que suba el monte en su vehículo. Más allá de la cumbre podrá llegar a su campo, para lo que ha sufrido ese tormento diario.

Y ahora, piensa en los colonos y soldados israelíes, cuya autoridad absoluta dirige todo, desde el control sobre esta puerta hasta el vigilantismo contra aldeanos como los de Jayyous, convierte en pesadilla algo tan sencillo, la cosecha de aceitunas. Colonos de Zufim realmente arrancaron de raíz olivos en Jayyous en 2004. (Algunos fueron llevados a Israel para ser vendidos); aguas servidas del asentamiento han destruido otros.

Una semana después de mi estadía, según el periódico israelí Haaretz, colonos judíos “chocaron con palestinos que cosechaban aceitunas” en otro sitio en el norte de Cisjordania. Los colonos calificaron de amenaza para la “seguridad” a los agricultores que trataban de realizar la cosecha, porque “podrían reunir inteligencia y lanzar ataques desde los olivares.”

En otro sitio en el área, esa misma semana, las fuerzas de seguridad israelíes se mantuvieron al margen cuando colonos entraron a una aldea palestina “para realizar un breve mitin” contra la cosecha. (El ejército israelí está ahora dominando de arriba abajo por colonos expansionistas ultra-religiosos, lo que convierte en una burla la distinción entre colonos y soldados.) Mientras tanto, cerca de un asentamiento “avanzado” israelí llamado Adi Ad, colonos “desarraigaron docenas de olivos.” Mientras escribo, me llegan a diario alarmas parecidas por correo electrónico.

Varias veces desde octubre el ejército israelí ha impuesto toques de queda en Jayyous – castigo colectivo por las manifestaciones semanales contra el muro realizadas por jóvenes de la aldea. La mayor parte del tiempo ha impuesto toques de queda después que los agricultores se encontraban en sus campos y no han interrumpido la cosecha. Pero han castigado al resto de Jayyous. El castigo colectivo – represalias contra todos por las acciones de unos pocos – es ilegal bajo la Cuarta Convención de Ginebra de 1949.

Seguir adelante

“Un Estado demencial,” observó el abogado y escritor palestino Raja Shehadeh cuando, un día después de visitar Jayyous, describí la escena en la puerta. Esa barrera de acero en particular, esos pacientes agricultores en particular, esos soldados en particular que imponen la banalidad del mal de Israel – representan sólo un anticipo de la ingeniosidad insana que es el Gran Israel en desarrollo. Una cineasta holandesa que había entrevistado a algunos colonos judíos en Cisjordania, relató este pequeño intercambio de palabras a Shehadeh: “¿Cuál es su sueño?” preguntó a uno de los colonos. “Mi sueño,” respondió, “es que mis nietos digan algún día: ‘Aquí, dicen que una vez hubo árabes.’”

La noche antes de que todos nos levantáramos para ir a la puerta, Abu Azzam nos llevó, a un visitante alemán y a mí, a ver la prensa local de aceitunas donde él y otros agricultores descargan la cosecha de cada día. La vista de la aceitunas de Jayyous sobre la cinta transportadora en camino a la prensa, para emerger finalmente como un torrente de aceite embotellado en grandes contenedores de plástico, era alegre. Los niños corrían y resbalaban sobre el piso, riendo; sus padres les untaban pan en el delicioso aceite recién prensado. ¿Qué demencia humana lleva a infligir un tormento constante a semejante trabajo pacífico?

Más tarde, Abu Azzam me contó historias sobre su vida como activista, su matrimonio, y sus hijos. Encarcelado por Jordania por pertenecer al Partido Comunista y después por Israel por sus intentos de preservar la tierra de la aldea, dice que no puede imaginar otra cosa que seguir adelante. “No tengo otra alternativa” es como lo explica, con un encogimiento de hombros y una sonrisa.

Recordó el momento en octubre de 2003, mientras construían el muro, cuando un funcionario israelí trató de sobornar a los activistas de Jayyous ofreciéndoles 650 permisos que habrían permitido el acceso a sus tierras de otros tantos agricultores. Pero el Comité de Defensa de la Tierra tomó “una decisión de equipo” de no utilizarlos. La aceptación de los permisos hubiera significado el reconocimiento de la validez del muro y de todo el sistema de desposeimiento que significa. Soldados israelíes cerraron la puerta; era durante el auge de las cosechas de aceitunas, guayabas y clementinas. Abu Azzam y otros agricultores cortaron brechas en la barrera y avanzaron a rastras a trabajar sus campos “sin un tractor, sin caballos, sin carretas, sin nada. Sólo nuestros cuerpos.”

Hubo más arrestos. Los agricultores tomaron la decisión de quedarse en sus tierras y no volver a la aldea. “Mi esposa estaba muy enojada,” recuerda Abu Azzam. “Me llamó el 21 de octubre y me preguntó: ‘¿estamos divorciados? ¿estamos separados?’ Yo dije: ‘estoy resistiendo.’ ‘¿resistiendo? ¿puedes ver una caja de guayabas, pepinos o tomates?’ ‘Basta, estar en la tierra es resistencia,’ le dije.”

Desde 2003 Abu Azzam y otros agricultores de Jayyous han continuado su obstinada odisea por sus tierras. Su determinación de seguir cultivando los 3.250 dunam que les quedan – de los originales 8.050 – en lugar de vivir en algún otro sitio en Cisjordania o en el extranjero es en sí resistencia. En Palestina, este “simplemente quedarse” es llamado samid. Significa “los inconmovibles,” “los perseverantes,” y expresa elocuentemente la forma más antigua de resistencia no violenta palestina.

“Tenéis tantos problemas,” dije a Abu Azzam. “¿Se iría algún día? Me sonrió con indulgencia. “Toda nuestra vida es un problema. No quiero ser un refugiado más. Estoy contra la emigración que causaron los israelíes.”

Desde 2008, los jóvenes de Jayyous han realizado manifestaciones semanales contra el muro. Uno de sus dirigentes - Mohammed Othman – fue arrestado por las autoridades israelíes en el otoño pasado cuando volvió de una gira de conferencias por Noruega. Sigue en la cárcel bajo detención administrativa indefinida.

Dirigentes de Jayyous también han escrito a altos funcionarios en Noruega y Dubai implorando que desinviertan de compañías de propiedad de Lev Leviev, multimillonario israelí nacido en Uzbekistán. Al hacerlo, Jayyous se suma a la creciente repulsión internacional contra, y la negativa de tratar con, las compañías de Leviev. Su alcance es vasto y diverso y va desde las minas de diamantes en Angola, bienes raíces en Nueva York, y asentamientos israelíes en cuya planificación y construcción (incluido Zufim) tienen una participación importante. En marzo pasado, Barak Ravid de Haaretz informó que la embajada británica en Tel Aviv “abandonó las negociaciones para alquilar un piso en la Torre Kirya de África-Israel, por la participación de la compañía [de propiedad de Leviev] en la construcción de asentamientos.” Oxfam ha roto sus vínculos con él por el mismo motivo.

El 9 de septiembre de 2009, un mes antes de mi llegada, la Corte Suprema israelí emitió un nuevo dictamen cambiando la ruta del muro y devolviendo otros 2.448 dunam a Jayyous. “¿Por sus esfuerzos?” pregunté a Azzam.

“Es por Jayyous,” respondió. “Es una lucha de grupo.”
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Ellen Cantarow, periodista basada en Boston, ha escrito desde Israel y Cisjordania desde 1979. Sus artículos han sido publicados en Village Voice, Grand Street, y Mother Jones, entre otras publicaciones, y fueron publicados en una antología por South End Press. Más recientemente, sus escritos han aparecido en Counterpunch, ZNet, y Alternet. Este ensayo forma parte de una serie sobre la resistencia no violenta palestina: “"Heroism in a Vanishing Landscape.”

Copyright 2009 Ellen Cantarow

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

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