miércoles, 6 de mayo de 2009

Egipto tiene entre 600.000 y un millón de niños abandonados a su suerte

Tristeza: Un niño de la calle en El Cairo. Foto: MIRIAM A. GARCÍA

MIRIAM A. GARCÍA
EL CAIRO - 05.05.09

Si a uno de los pequeños que corren descalzos por las sucias callejuelas cairotas se le pregunta dónde vive, no responderá el nombre de una calle. Dirá que su casa es la calle. Según el Unicef, en Egipto hay entre 600.000 y un millón de menores de edad abandonados durmiendo al raso.

Hay muchos motivos que producen su abandono o les llevan a huir, entre ellos la dejadez de sus padres, la pobreza, el maltrato o la pérdida del trabajo. Porque, según Unicef, unos 2,7 millones de niños de entre seis y 14 años intentan ganarse la vida con sus propias manos. Aunque Egipto suscribió la Convención sobre los Derechos del Niño de 1990, poco se ha hecho por evitar el trabajo infantil.

Un puñado de frutas

Ahmed, de nueve años, es uno de esos millones de niños trabajadores. Cada día va a Zamalek, uno de los barrios más elegantes de El Cairo, para intentar vender un puñado de frutas de coche en coche. Hablar con él no es un problema, pero hacerle una fotografía se convierte en una tarea imposible porque se muestra violento al pedírselo, como si tuviera miedo. "¡Fotos no!", repite gritando y sacudiendo los brazos. Después se acerca a la ventanilla de otro vehículo mostrando su mercancía. "¡Fuera!", le grita el conductor.

Un joven bastante mayor, pero aun así un adolescente, le vigila desde lejos. Es lo habitual, ya que estos chavales suelen estar controlados por uno de más edad que los presiona mediante la fuerza, abusos sexuales o amenazas. Las drogas, la malnutrición, las enfermedades y la prostitución son los otros componentes del círculo.

Represión de la mendicidad

Es la una del mediodía, pero Ahmed no descansará cuando se le acaben las frutas. Entonces empezará a mendigar por las ahwas, cafeterías donde los hombres fuman con la shisha, la pipa de agua, y juegan al backgammon. Será necesario que corra si no quiere acabar en el calabozo, porque la ley egipcia penaliza el vagabundeo, así que frecuentemente la policía detiene y maltrata a estos chavales.

A las dos de la mañana Mariam, de cuatro años, se abalanza sobre una turista intentando venderle un paquete de pañuelos por una libra egipcia, equivalente a 15 céntimos de euro. Es una de los muchos niños que continúan en pie a altas horas de la madrugada.

El Cairo es una ciudad de más de 20 millones de personas, con unos ingresos medios de unos 30 euros al mes. La pobreza y la marginación alcanzan a amplias capas de la población. Y el círculo vicioso de la calle es un mundo del que es muy difícil escapar, ya que allí no hay oportunidades, no se imparten clases ni se aprenden buenas costumbres. En muchas zonas de Egipto, especialmente las rurales, incluso los niños que viven en el seno familiar están escasamente escolarizados. En la calle se convierten en parias de una sociedad que los considera poco más que criminales. Al preguntarle a un hombre que mira a Ahmed, este solo contesta: "Seguro que es un ladrón. Ellos saben cómo sobrevivir".

Trabajo titánico

Para romper este círculo, Cáritas, Unicef y otras asociaciones trabajan a pie de calle, intentando enseñarles a leer y dándoles un lugar para descansar. Por las mañanas recorren la ciudad en un autobús, recogiendo niños para llevarlos a un centro de día y darles clase y alimento. Pero es un trabajo titánico debido a la gran cantidad de niños abandonados que hay. Es imposible conseguir que todos ellos vuelvan a su casa o vayan a un centro de menores. Por eso, en muchas ocasiones, su trabajo consiste en enseñarles a valerse por sí mismos o a ayudarse mutuamente.

En la asociación Hope Village les enseñan primeros auxilios para que puedan curarse entre ellos en caso de agresión o accidente. "Así esperamos encontrar a líderes que sean capaces de ayudar a otros", afirma Ashraf Abdel Moneim, el coordinador. Otra de sus tareas principales es tratar de cambiar la imagen que la gente tiene de estos menores.

A todos estos problemas se suma que la gran mayoría de ellos no tienen partida de nacimiento. Así se convierten en invisibles para una sociedad que tampoco desea verlos. Al estar indocumentados y ser analfabetos, caen en manos de empleadores que se aprovechan de ellos pagándoles una miseria por trabajar de sol a sol. Reinsertarse es una utopía para la mayoría, aunque muchas personas luchan para darles esperanza.

Fuente: El Periódico


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