El presidente israelí Shimon Peres estrecha la mano de José Luis Rodríguez Zapatero. Jerusalén, 15 de octubre de 2009. Fotografía: Jonathan Nackstrand/AFP/Getty Images.
20.10.09
Samuel - javierortiz.net
La semana pasada José Luis Rodríguez Zapatero visitó Israel y Cisjordania, después de haber pasado por Siria. Saludó al belicista Nobel de la Paz Shimon Peres, a Benjamin Netanyahu y al cadáver político de Mahmud Abbas, en Cisjordania ocupada.
En política exterior, es habitual mantener contactos con gobiernos con los que no necesariamente se tiene afinidad política, aunque sólo sea por cuestiones consulares. Pero cuando se trata de Israel se pretende mostrar que los intereses ceden ante algo más profundo, y los símbolos se suceden para representar una relación especial, entre iguales, la que se tiene entre miembros de una cofradía o de un club exclusivo. Así, por ejemplo, en esta ocasión el gobierno israelí y el español renovaron su amistad y firmaron un acuerdo en materia de investigación y desarrollo tecnológico -también militar, por supuesto-, a sabiendas de que un día después el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas iba a aprobar finalmente el informe Goldstone, con el rechazo o abstención de los gobiernos europeos asistentes. Nada nuevo. Al fin y al cabo, Israel participa activamente en los proyectos de investigación europeos relacionados con la seguridad y el control social.
No estoy de acuerdo con quienes sostienen que la posición de los gobiernos europeos se limita a un mero seguidismo de Estados Unidos. Si, como asegura Gilad Atzmon, los sionistas se mueren por pertenecer al concierto de las naciones civilizadas (esto es, las que valen y deciden según la óptica occidental) y, por tanto, "intepretan el terrorismo de Estado y la barbarie como símbolos naturales de soberanía", nada mejor que tratar de ser un alumno aventajado para obtener el reconocimiento de sus pares. Cuando la aviación israelí bombardeó Líbano en 2006, los militares argumentaron que no habían hecho otra cosa que no hubiera hecho la OTAN en 1999. El mismo razonamiento se extiende a la ocupación de tierras palestinas, poca cosa comparado con la tarta iraquí o afgana. Cuando la Unión Europea paga el sustento y entrenamiento de los "nuevos palestinos", mientras da el visto bueno para la erradicación de Hamás y su base social, lo hace partiendo sobre parámetros equivalentes a los de sus socios israelíes, los de la falacia del "terrorismo", tan útil en el exterior como en el interior.
"Europa" y "Occidente" se constituyeron como tales a través del hecho colonial, e Israel -como la Sudáfrica del apartheid, un Estado racista basado en un proyecto colonizador europeo injerto en un territorio no europeo, considerado hostil- explicita continuamente, de manera brutal, lo que en Europa discurre de manera soterrada e inconfesa -salvo espasmos de orgullo colonial- a partir de una política migratoria discriminatoria, un antiterrorismo que todo lo abarca, y un intervencionismo externo que, como en Afganistán, ya ha agotado todas las excusas posibles para dejar al descubierto un descarnado neocolonialismo.
No resulta extraño, pues, que apenas exista presión alguna para que Israel abandone su proyecto. A la legitimación política del sionismo con motivo de la explotación ideológica del Holocausto se une el hecho de que, desde el punto de vista occidental, el colonialismo no forma parte de la historia universal de la infamia sino que, por el contrario, se integra en una genealogía natural de la que nunca se ha renegado. Cuando se emplea el concepto totalitarismo para abarcar esas dos representaciones del mal que son el nazismo y el estalinismo, la ideología colonial siempre queda fuera, en un plano mucho más discreto, y las conexiones con aquéllos, desdibujadas.
Por ello la denuncia de la expansión de los asentamientos o la defensa de las recomendaciones que hace Richard Goldstone en su informe, por más necesarias que sean estas acciones, no deberían hacer olvidar el contexto general de la ocupación. La violencia extrema de lo sucedido en Gaza no debe ocultar la opresión y la humillación que sufren a diario los palestinos. Como dice Michael Warschawski, una paz justa en Palestina no podrá obtenerse sin una "descolonización total (uno podría decir de-sionización) del Estado de Israel", hablemos de la opción de un Estado o de dos Estados. Lo cual significa que judíos, árabes palestinos y otras comunidades deberían poder vivir en libertad e igualdad, es decir, sin relaciones de dominación de tipo colonial. Lo mismo debería aplicarse a Europa.
Por el momento, podemos consolarnos con un boicot que ya ha dado algunos resultados y con acciones puntuales como el escrache inteligente organizado la semana pasada por un grupo de activistas en la Universidad de Chicago y registrado por la cámara de Electronic Intifada. El discurso del ex primer ministro y ahora respetable conferenciante Ehud Olmert, fue interrumpido repetidamente por el fantasma de los 1200 muertos libaneses y los 1400 muertos palestinos de la masacre de Gaza. Una iniciativa que valdría la pena repetir con otros sujetos de la misma calaña.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Entre iguales
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