Azmi Bishara
http://mrzine.monthlyreview.org/bishara211009.html
La decisión de comportarse en Ginebra como la Autoridad Palestina made-in-Oslo ha sido una prolongación de la ocupación israelí y el último clavo en el ataúd de la solidaridad internacional con la causa palestina en su sentido habitual. Las personas que tomaron esta decisión lo sabían.
La solidaridad internacional se sintió confundida por los interrogantes que suscitaban los Acuerdos de Oslo, un tratado concertado con el poder ocupante antes de tener una solución a la vista. ¿Continuaba la lucha de liberación mientras la ocupación seguía en su sitio? ¿O es que el proceso de Oslo significaba que los asuntos descansaban en la capacidad de “las dos partes” para llegar a un acuerdo? Aunque el movimiento de solidaridad resurgió un poco con la segunda Intifada, la querella palestina y el comportamiento de la AP hacia la guerra en Gaza la sumió de nuevo en la confusión. Aun así, fragmentados y desordenados como estaban, todas las organizaciones y movimientos populares y semipopulares de base hicieron lo posible por respaldar a los palestinos, por divididos que estén, tras el ataque israelí contra Gaza. El Informe Goldstone ha sido el resultado de esta iniciativa. Pero ahora, después del 2 de octubre en Ginebra, ¿quién va a demostrar su solidaridad con los palestinos?, ¿cómo lo haría? y ¿por qué debería hacerlo?
Los representantes palestinos que declararon en Ginebra que iban a retirar su apoyo al Informe Goldstone no se comportaron como si los palestinos necesitaran el mayor apoyo posible, sino como si fueran parte del orden internacional. La solidaridad de base avergüenza a dichos funcionarios, no se ajusta a la imagen que tienen de sí mismos. Están allí con los de la Casa Blanca, y ¿quién precisa de la solidaridad popular cuando eres huésped del presidente de Estados Unidos? Además, el movimiento de solidaridad puede ser a veces más un enemigo que un amigo. Este movimiento apoya al pueblo de Gaza, por ejemplo, mientras que los funcionarios palestinos en cuestión están del otro lado del bloqueo, haciendo lo posible por impedir cualquier iniciativa que pudiera dar una ventaja a sus adversarios políticos palestinos.
Estos funcionarios se despidieron del movimiento de liberación hace ya algún tiempo. “¡Hasta la vista, movimiento de liberación!” dijeron mucho antes de que la liberación fuera siquiera un atisbo en el horizonte, en un giro dolorosamente evidente para todos aquellos que tengan ojos y oídos. Sin embargo, su conducta en Ginebra, vino como el adieu definitivo e imposible de ignorar al espíritu y la lógica de la liberación y a los movimientos de solidaridad.
El conjunto y la esencia de la causa palestina se han perdido entre los detalles de las maniobras políticas y la letra menuda del proceso de solución que predominan en las noticias. Este es precisamente el problema que los medios de comunicación responsables y comprometidos con la objetividad deben superar.
La escena internacional en la era de Obama está llena de acciones políticas más orientadas a poner en marcha el proceso de paz que a alcanzar una paz justa. Por supuesto que podríamos ver una conferencia de paz en el plazo de tres meses, según algunos funcionarios árabes, que traiga de vuelta las glorias de Camp David II, aunque sin Arafat, que se negó a renunciar a Jerusalén, pero con Netanyahu. Pero podemos confiar en que este último rechace las propuestas que Arafat rechazó y algunas más, dado que es un israelí muy patriota. Tampoco debemos esperar que el actual gobierno de Washington se aparte de las normas establecidas por sus predecesores para el llamado proceso de paz. El gobierno de Obama puede ser el producto del fracaso de las políticas de los neoconservadores, incluido el abandono de la exportación de la democracia y el reconocimiento del fracaso de la expedición iraquí. Sin embargo, la situación de los estados árabes es tal que serían incapaces de explotar la debilidad de este gobierno en política exterior. E incluso si pudieran, los gobiernos del “eje moderado” no están interesados en entrar en una batalla sobre Palestina, con la felicidad que los embarga tras la llegada de un gobierno que ha abandonado la retórica de la exportación de la democracia y los derechos humanos.
Al parecer, algunos funcionarios árabes vieron aquí una oportunidad de presionar a Washington para que diera marcha atrás en su insistencia en la congelación de la expansión de los asentamientos israelíes y se centrase en reactivar las negociaciones para una solución duradera, aparentemente sobre la base de que, en cualquier caso, la cuestión de los asentamientos se resolvería en este marco. Pero ni siquiera en Iraq, el eslabón más débil de la política exterior norteamericana, el orden árabe oficial no es capaz de traducir esta debilidad, producto de los logros alcanzados por la resistencia árabe, en una política árabe que garantice que los intereses y las causas árabes tengan un lugar preferente en la agenda de las negociaciones entre EE.UU., Irán y Turquía. Así pues, con respecto a lo que, en un despliegue de imaginación oriental, se refieren los árabes cuando hablan de presiones de EE.UU. sobre Israel, Washington sigue fiel a la vieja rutina. La sustancia del vaivén diplomático de Mitchell puede resumirse en tres puntos: persuadir a los árabes para que tomen iniciativas de buena voluntad hacia la normalización de las relaciones con Israel; obtener asistencia árabe para la financiación de la Autoridad Palestina, financiada principalmente por Europa; y garantizar que los árabes están oficial y firmemente en contra de quienes detentan el poder en Gaza.
A través de estas acciones, la administración de Obama espera terminar lo que Bush y Clinton dejaron inconcluso, es decir, convencer a Israel y el mundo árabe de que conviertan la propuesta de Estado palestino en un “paquete de negociación” completo. El “paquete” aquí es el establecimiento de un Estado palestino a cambio de que los árabes renuncien al derecho de retorno para los refugiados palestinos y la exigencia de que Israel se retire de todos los territorios que ocupó en junio de 1967, incluida Jerusalén Oriental. Para los árabes, la conclusión de este acuerdo no sólo significaría abandonar la causa palestina, tal como se ha entendido históricamente, sino también la línea de base de la iniciativa de paz árabe. Israel, por su parte, ha abrazado esta fórmula desde la época de Sharon. Desde entonces, ha centrado sus esfuerzos en comprimir el Estado propuesto en un pedazo de tierra tan pequeño como sea posible y con tan pocos derechos de soberanía como sea posible. Con este fin, se está aprovechando de la renuncia por parte de la Autoridad Palestina y el orden oficial árabe de todos los instrumentos de gestión de conflictos, aparte de su formato de negociación, con el fin de imponer una “paz” de facto sobre el terreno, (en la que los patrones y condiciones de vida de las personas, entre ellas los cortes de carreteras y demás, se conviertan en las principales consideraciones), y se está explotando el concepto de “solución de dos Estados” con el fin de presionar para el reconocimiento árabe del carácter judío de Israel, lo que implícitamente significará el abandono del derecho de retorno, el reconocimiento retroactivo del sionismo, y un reconocimiento retroactivo de que Israel ha estado histórica y moralmente en lo correcto, y que los árabes han estado histórica y moralmente equivocados.
Mientras tanto, el nuevo gobierno de EE.UU. interpreta la melodía de exigir un alto a los asentamientos israelíes; por su parte, los árabes, incluidos los palestinos, se han hecho eco del estribillo. Sería útil recordar aquí que en la historia de la construcción de asentamientos, los periodos en los que la construcción ha sido más prolífica han sido los periodos en los que se proclamó una congelación de los asentamientos. Cualquiera que esté familiarizado con Israel y la forma en que opera, sabe que la planificación y la construcción es una actividad central de un Estado fundado en la planificación y la construcción. La planificación se realiza con más de 20 años de antelación. Cualquier congelación que implique la exención de los proyectos de construcción con permisos obtenidos antes de la congelación, autoriza de hecho la continuación de la construcción durante otros 20 años.
En todo caso, el gobierno israelí actual no podría ni siquiera aceptar una congelación formal, por cuanto, a diferencia de su predecesor, su estabilidad se basa en fuerzas políticas que sostienen que la mera declaración de una congelación, por fraudulenta que sea, es un compromiso moral. Israel, en opinión de la ultraderecha, debe proclamar su legítimo derecho a ampliar sus asentamientos, en vez de hacerlo furtivamente. El debate en Israel no ha sido sobre la congelación (ya que nunca hubo o podría haberla realmente), sino sobre si procede o no declarar una congelación. Que los medios de comunicación árabes hagan el juego y por su parte mantengan la opinión pública árabe atenta a los detalles del tema de la congelación de los asentamientos es realmente lamentable y desastroso, ya que oscurece el hecho de que la construcción de asentamientos está avanzando a todo vapor, especialmente en estos momentos en Jerusalén Oriental, y que el bloqueo de Gaza sigue siendo tan firme como siempre y es poco más que una continuación de la guerra de diciembre-enero por otros medios.
Volviendo al meollo del asunto cuya implementación choca con las ambiciones de Israel, ¿qué pasa con el derecho de retorno? Por encima de todo, debemos destacar que el derecho de retorno no emana de una resolución internacional, y que el pueblo palestino y árabe cree en este derecho incluso sin una resolución que lo sancione oficialmente, aunque de hecho esta resolución existe. Es imposible obtener el derecho de retorno a través de un acuerdo con Israel, y sólo se podrá conseguir tras una derrota israelí lograda en el contexto del combate árabe-sionista. Por lo tanto, si los árabes abandonan la lucha, incluso la estrategia de lucha, entonces están efectivamente renunciando al derecho de retorno. Aunque la Organización para la Liberación de Palestina siga existiendo como organización militante, e incluso si la Autoridad Palestina sigue siendo una autoridad que opera de acuerdo con la lógica de la liberación, no habrán podido obtener el derecho de retorno en la mesa de negociación con Israel por la sencilla razón de que Israel considera este derecho como una negación de sí mismo. Tal vez por esta razón, muchos árabes se han alejado de la retórica de ganar el derecho de retorno a través de una victoria sobre Israel y han pasado a la retórica de la negativa a naturalizar a los refugiados palestinos en el contexto del proceso de negociación. Además, como ha sucedido en la práctica, el rechazo de la naturalización frecuentemente equivale a decir: “No a la naturalización en este país, pero si otros países quieren darles la ciudadanía es asunto de ellos.”
De hecho, es una posición racista que, como el sectarismo y el faccionalismo, es contraria a la afiliación a una identidad árabe única. El rechazo del concepto de naturalización en los países que han hecho la paz con Israel, sin incluir el principio del derecho de retorno en el acuerdo de paz, y en los países que confían en un eventual acuerdo de paz para recuperar las tierras que Israel ocupó en 1967 y años posteriores, no dará lugar al derecho de retorno. ¿Consideran estos países que el asunto debía dejarse en manos del gobierno Abbas-Fayyad? Seguramente no, ya que en términos prácticos la AP renunció al derecho de retorno hace mucho tiempo, y aunque no lo hubiera hecho no podría imponerlo en el contexto de su relación con Israel. Así pues, deben ser que estos países consideran que el derecho de retorno es un asunto que debe negociarse no entre ellos e Israel, sino entre los palestinos que residen en estos países e Israel. El único resultado lógico sería la incitación racista contra los refugiados palestinos en estos países, que se ajustaría así a la difusión de la mentalidad sectaria, provinciana y tribal en la cultura política de las sociedades árabes y sus regímenes en el poder.
¿Cómo puede ser una “paquete de negociación” la creación de un estado palestino? Es evidente que aquí debemos entrar en el reino árabe-americano de la imaginación, con independencia de la posición israelí. En el imaginario de Washington, los dictados del realismo llevarán a los árabes a aceptar un intercambio de tierras en vez de un regreso de Israel a las fronteras de 1967. Además, considera que unas “soluciones creativas” para los lugares santos resolverán el problema de Jerusalén sin que Israel se tenga que retirar de la parte árabe de la ciudad. En cuanto a la cuestión de los refugiados, ésta se resuelve automáticamente mediante la existencia de un Estado que convierta a los refugiados palestinos en ciudadanos residentes en el extranjero y con pasaporte palestino. Aunque, de acuerdo con esta imaginación pragmática, muchos problemas quedan pendientes, la situación jurídica de los refugiados se habrá resuelto sin necesidad de recurrir al derecho de retorno o la naturalización.
Este es el reto ahora. La sordidez que se está desplegando en Ginebra y Nueva York tiene más ávidos servidores, para los que el fin justifica los medios, que en ningún otro momento anterior. Estos servidores prefieren verse a sí mismos como parte integrante del orden internacional. Ya no están fuera de él, como militantes revolucionarios, ni tampoco están al margen, como Arafat durante la Intifada y el período post-Oslo. Y mediante su mera pertenencia al orden internacional, se imaginan, tendrán éxito en su búsqueda de un Estado. Aquí encontramos la fuente del desprecio por lo que los movimientos de liberación en general consideran el corazón de su misión: la movilización del mundo contra los crímenes de la ocupación extranjera con la esperanza de contener la mano de las fuerzas de ocupación, como mínimo. También aquí encontramos motivos para abandonar la idea de conflicto con el Estado colonialista. Se ven a sí mismos como iguales de ese Estado, lo que les da derecho a utilizar los mismos términos e idéntico lenguaje pragmático, y restar importancia a la invocación de la justicia y el respeto de los derechos humanos, como hicieron de manera tan flagrante en la votación sobre el Informe Goldstone, en Ginebra.
Son financieramente corruptos; se coordinan con la potencia de ocupación en asuntos de seguridad; crean una entidad represiva de gobernación, con una milicia encargada de sacar a palos de la cabeza de la gente la idea misma de solidaridad, y participan en un cruel bloqueo económico contra un gran parte de sus compatriotas palestinos. De hecho, actúan con arreglo a la naturaleza y el espíritu de un orden internacional que miente sobre los crímenes de guerra. No sirve de nada ni siquiera intentar llegar hasta gente así porque te dirán que ellos estaban en la misma posición y consideran que han madurado, no como tú a quien te ven como un ingenuo. Pertenecen a una generación que tenía un movimiento de liberación, pero al que han infectado con su propia decadencia antes de que pudiera conducir a un Estado. En esto han demostrado no tener rival.
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Azmi Bishara es palestino, con ciudadanía israelí. Ex miembro del Knesset, parlamento israelí, por el partido Balad, se vio forzado a abandonar Israel por ser objeto de persecución política.
Traducido para Rebelión por S. Seguí
Artículo publicado previamente en Ahram Weekly con el título: Scandal in the raw
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