23-07-2009
Maggie Schmitt
The Palestine Telegraph
Había una vez una franja de tierra llamada Gaza que era célebre por sus limoneros y sus extraordinarios mariscos, por el aroma del jazmín al atardecer… Esa imagen ha desaparecido y ahora resulta muy difícil encontrar cualquier estampa que no apeste a muerte, destrucción y penuria. Sin embargo, a pesar del bloqueo, de los bombardeos y del torbellino político que les rodea, el pueblo de Gaza sigue viviendo y creando un pequeño retazo de belleza y gracia siempre que puede. Uno de los lugares donde más lo intentan es en la cocina. Cuánto me gustaría hablarles de una cocina con mujeres de espléndidos y brillantes ojos mientras extienden la masa para hacer pan, de un jardín de hierbas olorosas cuidado hasta el mimo y de la delicada carne que se comparte a la sombra de una higuera. Pero, ¡ay!, estamos en Gaza, y no puedo hablar de cocinas sin referirles nada más.
Estamos hablando de cocina en un lugar donde adquirir cualquier producto comestible está más allá de las posibilidades de la mayoría, de un lugar donde la diabetes y la anemia se están convirtiendo en endémicas a pasos agigantados.
Comer y cocinar en Gaza son acciones que han sufrido un cambio radical en los últimos años con toda la zona bajo asedio. Las fronteras de esta diminuta franja están completamente cerradas, e Israel tan sólo permite la entrada de algunos envíos humanitarios con productos básicos: harina, azúcar, sal, aceite, legumbres. Pero incluso estos alimentos están entrando en unas cantidades que, según Naciones Unidas, sólo sirven para cubrir la mitad de las necesidades más inmediatas de la población. (Y ese cálculo supone una distribución totalmente igualitaria de la ayuda, algo imposible aún en las mejores circunstancias).
Otros productos entran a través de la frontera israelí en un muy limitado número de camiones que llevan una selección algo surrealista de “productos imprescindibles” determinada por el Coordinador de las Actividades del Gobierno en los Territorios de las Fuerzas de Defensa de Israel. Por ejemplo, la semana que yo me encontraba allí, esos productos necesarios incluían caquis y bananas pero excluían todos los demás alimentos. El resto de artículos indispensables para el mantenimiento de la población de Gaza de 1,5 millones de habitantes sólo puede entrar desde Egipto a través de los túneles subterráneos, un comercio clandestino que resulta extraordinariamente caro y en el que muchos mueren debido a que Israel bombardea y gasea continuamente los túneles.
Gaza tiene de por sí una agricultura rica que produce frutas exquisitas y verduras de gran calidad, pero según se incrementan las exigencias de la “zona de seguridad” israelí cada vez hay menos tierra disponible para cultivar, haciendo muy difícil que Gaza pueda satisfacer sus propias necesidades alimentarias. Además, como el agua de que se dispone allí está fuertemente racionada, apenas llega para el regadío y los huertos están agostándose. El pescado, que en otros tiempos formaba parte esencial de la dieta de los gazatíes, ha desaparecido prácticamente de sus mesas porque las patrulleras israelíes, de forma violenta, no permiten que los pescadores de Gaza puedan salir a ganarse su sustento.
El precio del pollo y otras carnes está por las nubes desde los bombardeos de Gaza de diciembre y enero, durante los que murieron también asesinados animales de toda especie; los granjeros estiman que van a ser necesarios varios años para poder recuperar la cabaña perdida.
En resumen, estamos hablando de cocina en un lugar –a pesar de la tierra fértil y de la gente tan trabajadora- donde, como se indicaba al principio, adquirir los alimentos más básicos está fuera del alcance de la mayoría, y la diabetes y la anemia se están convirtiendo en endémicas.
Pero no hemos acabado aún, tampoco podemos olvidar la cuestión del fuel para cocinar. Algunas veces se permite que entre gas para cocinar por las fronteras, pero otras no. Como las centrales eléctricas han sido bombardeadas en diversas ocasiones, sólo se dispone de electricidad de forma muy esporádica. Enfrentados con la habitual imposibilidad de encontrar cualquier clase de fuel para cocinar, muchas familias han recurrido a los recuerdos de sus abuelas, creando hornos tradicionales de adobe hasta en las azoteas y terrazas de sus modernos edificios de apartamentos, en el caso de que no hayan perdido su hogar en los bombardeos.
Conociendo todos estos factores, resulta tremendamente impactante ver cómo te invitan a alguna hermosa comida en cada casa que entras. La hospitalidad palestina no conoce límites, y ya que son tan pocos los extranjeros que estos días consiguen entrar en Gaza, a aquellos de nosotros que hemos tenido ese privilegio se nos colma de comida, bebida y atenciones. De esta manera las mujeres de Gaza luchan por su dignidad y humanidad incluso en las circunstancias más insoportables: nos sentamos juntas y compartimos los alimentos, y recordamos el placer de las cosas pequeñas, y vivimos, a pesar de todo.
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
jueves, 23 de julio de 2009
En Gaza, comiendo bajo el asedio
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