JAVIER ESPINOSA desde Beirut
11 de septiembre de 2009.-
La lectura cotidiana del caso iraní resulta tan ilustrativa como propia del escenario informativo dislocado en el que cada día nos hundimos más.
El 24 de agosto Israel acusó al director de la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA), Mohamed Al-Baradei, de "no ofrecer una imagen completa de la ocultación y aceleración de las actividades militares nucleares ilegales" de Irán.
No cabe duda que la razón está del lado de Tel Aviv. Resulta inadmisible que un país pueda engañar a la comunidad internacional, establecer un programa nuclear secreto y desarrollar armamento de destrucción masiva en una región tan inestable como Oriente Próximo. Hay que apoyar también la postura de Tel Aviv para que se apliquen las sanciones más estrictas a esa nación, que se niega a permitir el acceso a sus instalaciones nucleares de los inspectores de la AIEA.
Resulta escandaloso que durante años Occidente haya permitido tal situación sin adoptar una posición más firme. Cuando se creyó la tesis norteamericana de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva varios países, incluida España, apoyaron incluso una invasión de Irak a todas luces ilegal.
Tendríamos que preguntarnos ¿por qué ocurre esto? ¿Cómo es posible que los gobiernos de Occidente permiten que un estado incremente su poderío nuclear sin control alguno? La respuesta es muy simple: porque esa nación no es Irán, cuya intención por conseguir una bomba atómica es una simple hipótesis con tanta solidez por el momento como tenía la tesis del armamento que se le achacaba a Irak. El único estado que ha engañado a la comunidad internacional para desarrollar, no decenas, sino cientos de bombas nucleares, es Israel.
Y aquí me remito a un interesante libro escrito por el periodista israelí Michael Karpin que se titula 'Una bomba en el sótano' y cuya lectura recomiendo para los que quieran ir más allá del bombardeo de propaganda que estamos sufriendo sobre el caso iraní. Cito a Karpin por ser israelí pero los informes, publicaciones y documentales que han certificado las capacidades nucleares de Tel Aviv son innumerables.
La misma introducción del texto ya resulta elocuente. Escribe Karpin: "Para conseguir su capacidad nuclear los israelíes tuvieron que esconder lo que estaban haciendo a los ojos del mundo para evitar la curiosidad de los organismos internacionales cuyo objetivo era prevenir la proliferación de armamento nuclear". Y después continúa: "una vez que se conoció el secreto, Israel consiguió persuadir al mundo (yo aquí matizaría, a las potencias necesarias) que el suyo era un caso especial. En contra de casos como Paquistán, India, Corea del Norte, Irán, Libia o Irak, a Israel no se le ha pedido que renuncie a su capacidad nuclear, no se le ha criticado ni se le ha amenazado con sanciones".
Karpin documenta cómo el liderazgo israelí y especialmente David Ben Gurion siempre apoyaron la producción de armas nucleares, para lo cual no dudaron en establecer un sofisticado entramado de espionaje y todo un muro de mentiras que cubrió su proyecto.
El periodista se refiere a una larga relación de personajes claves en el desarrollo del programa atómico israelí entre los que figuraron los científicos Ernste Bergmann e Israel Dostrovsky, el coronel Yuval Neeman, el actual presidente Simon Peres y Munya Mardor.
Este último fue comandante de las milicias judías durante los años previos a la creación de Israel y se le achaca un atentado tan estremecedor como incomprensible: hundir el 'Patria', un barco de supervivientes del Holocausto en el puerto de Haifa, cuyo naufragio causó la muerte de 200 judíos. Sólo esta acción merecería otro blog donde se pudiera hablar sobre el concepto de 'terrorista' que ahora utiliza de manera tan recurrente el estado israelí.
Pero retomemos el asunto nuclear. En septiembre de 1956 Francia –el mismo país que hoy exige una firme postura frente al programa iraní- accedió a vender a Israel un reactor nuclear.
Una instalación que para Israel no era sino una "factoría textil". "Cuando en los sesenta se preguntaba a un portavoz gubernamental que era lo que se estaba construyendo cerca de Dimona (un enclave en el desierto del Negev) decían que era una factoría textil y la gente sabía que era un nombre en código", refiere Karpin.
Curiosamente fue otro científico judío, el norteamericano Henry Jacob Gomberg, quien primero alertó a EEUU sobre las acciones encubiertas de Israel en 1960. Pero cuando el gobierno de ese país inquirió a Tel Aviv sobre las intenciones de tal complejo, el propio Ben Gurion replicó sin sonrojarse: "Israel no pretende construir bombas atómicas. Tiene que aceptar mi palabra". Además, se comprometió a que un equipo de inspectores norteamericanos pudiera visitar Dimona.
Ese periplo debería entrar en los anales de la deslealtad hacia quien se suponía era un país aliado. "Todos los detalles de la visita se planearon cuidadosamente. A los invitados sólo se les permitió ver las instalaciones situadas a ras de tierra. No las subterráneas, donde se encontraba la planta de extracción de plutonio. El engaño funcionó", añade Karpin.
Israel consiguió su "capacidad nuclear" en 1966 y en 1973 se planteó atacar con este armamento durante la llamada Guerra del Yom Kippur. El presidente Ephraim Katzir lo reconoció en una entrevista en la TV. "Israel equipó un avión con una bomba nuclear", afirmó.
Es decir, un país con armas nucleares y dispuesto a usarlas constituye sin duda un riesgo inexcusable para Oriente Próximo. El pasado mes de agosto la Liga Árabe solicitó el apoyo de la Unión Europea para exigir a Israel que abra sus instalaciones nucleares a los inspectores de la AIEA. No he vuelto a leer nada sobre ese asunto en los medios de comunicación.
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