Yacov Ben Efrat, CSCAweb
Desde que el presidente estadounidense Barack Obama pronunció su discurso en la Universidad de El Cairo el 4 de junio, la construcción de asentamientos en Cisjordania se ha convertido en centro de la atención poilítica tanto en Israel como en el resto del mundo. La postura clara y hasta tajante de Obama se resume en un "¡Congeladlos!", algo recibido con asombro en Israel, como si la congelación fuera del todo ilógica. El gobierno de Netanyahu respondió desenvainando el "entendimiento" que supuestamente había alcanzado Ariel Sharon con la administración Bush, pero la Secretaria de Estado Hillary Clinton, negó que existiera ninguno. Israel respondió entonces argumentando que la construcción era necesaria para acomodar el "crecimiento natural"; he aquí que la expansión se presentaba como un acto humanitario para satisfacer las necesidades básicas de los residentes: alojamientos, centros de día, sinagogas y otros edificios públicos. Pero esta vez, en contraste con los días de antaño, los estadounidenses no lo han respaldado. Conocían la larga historia de subterfugios israelíes que habían servido de cobertura de la ingente expansión de los asentamientos desde la firma de los Acuerdos de Oslo.
Poniéndose del lado norteamericano, la jefa de la oposición, Tzipi Livni, se apresuró a acusar a Netanyahu de poner impedimentos a las relaciones entre los Estados Unidos e Israel. Recordemos que el pasado abril, cuando Netanyahu pidió a Livni y a su partido que entraran en su gobierno, ella rechazó esta petición porque él se había negado a comprometerse con el principio de "dos estados para dos pueblos". Livni adoptó la postura de que la frontera entre ambos estados, tal como se había acordado con los palestinos en sus conversaciones con ella, dejaría de algún modo los bloques de asentamientos en manos de Israel. Pero sin compromiso con una solución de dos estados, la construcción de esos bloques resultaría difícil de justificar.
Netanyahu entendió el mensaje. En su discurso de Bar Ilan, concebido como respuesta a Obama, se avino a un Estado palestino. No obstante, se tomó la molestia de presentar ciertos principios que eliminaban cualquier posibilidad de que llegara a existir: Palestina, afirmó, debe reconocer a Israel como Estado judío; debe desmilitarizarse (lo que implica no solamente la ausencia de ejército sino también la falta de control sobre fronteras y espacio aéreo, y sin la posibilidad de forjar alianzas); y finalmente el abandono de todas las demandas para que se permita retornar a los refugiados a Israel. Se comprometió a no expropiar más tierras para asentamientos, pero omitió deliberadamente cualquier mención de una congelación en la construcción. No es extraño que los palestinos rechazaran esas condiciones. Los estadounidenses, no obstante, trataron de sacar el mejor partido del discurso, al tiempo que seguían presionando a Israel para que se comprometiera a detener la edificación en los asentamientos.
Como era de esperar, el discurso de Netanyahu en Bar Ilan no llegó a mover nada. Por el contrario, el Ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, en rueda de prensa con Hillary Clinton, articuló el rotundo rechazo de Israel a congelar las construcciones. Las consecuencias se vieron rápidamente: una reunión prevista con el enviado especial norteamericano a la región, George Mitchell, hubo de ser cancelada.
Después de que el Ministro de Exteriores israelí quemara sus naves con los Estados Unidos (y no sólo con los EE.UU.: considérese la recomendación del presidente francés, Nicolas Sarkozy, a Netanyahu de que despida a Lieberman), se envió al ministro de Defensa, Ehud Barak, a sacar las castañas del fuego. Este viaje condujo a negociaciones sobre una congelación temporal. Sin embargo, una vez más, las condiciones previas de Israel torpedean cualquier posibilidad de que esto suceda. A cambio de la congelación temporal, de acuerdo con la prensa israelí (Yediyot Aharonot y Haaretz, semana del 2 de julio de 2009), Israel exige un compromiso por parte de los estados árabes de normalizar relaciones, el reconocimiento palestino de Israel como estado judío, y la promesa de que el futuro estado palestino estará desmilitarizado. En resumen, los palestinos han de perder todas sus bazas a cambio de una congelación temporal de la construcción de asentamientos israelíes, y sin compromiso alguno por parte de Israel de retirarse a las fronteras de 1967 o de desmantelar siquiera uno solo de los puestos de avanzada ilegales.
Para la administración norteamericana, el compromiso israelí de congelar las construcciones en los asentamientos permitiría a Washington hacer que arrancara un proceso político en la Autoridad Palestina (AP), destinado a afianzar la movediza posición de su presidente, Mahmud Abbas (Abu Mazen). Los elementos radicales del mundo árabe y, sobre todo, Hamas (que ha gobernado la Franja de Gaza desde la sangrienta expulsión de los partidarios de Abbas en 2007) no ven razón alguna para hacer concesiones mientras el gobierno derechista de Israel mantenga su rechazo. Cierto es que tanto los extremistas como los moderados árabes recibieron bien el discurso de Obama en el Cairo, pero suscitaron interrogantes sobre su capacidad para influir con su alocución en los acontecimientos, como diciendo: veamos cómo se traducen sus palabras en hechos.
El compromiso de congelar la construcción en los asentamientos podría ocasionar la ruptura del actual gobierno de Netanyahu; mientras tanto, la AP ya se encuentra dividida, lo cual deja a Abbas sin autoridad para alcanzar acuerdos vinculantes. Las recientes conversaciones conciliatorias entre Hamas y Fatah, llevadas a cabo en El Cairo gracias a la mediación egipcia, fracasaron por enésima vez. Con la aprobación de los norteamericanos, Abbas evita reanudar las negociaciones con Israel debido al rechazo de éste a detener la construcción de asentamientos, y al mismo tiempo endurece sus posturas contra Hamas. Por su parte, Hamas exige la libertad de 800 de sus partidarios encarcelados por la AP en Cisjordania como condición de un acuerdo que permita nuevas elecciones parlamentarias en enero de 2010.
Obama actúa en dos frentes. De un lado plantea a Netanyahu una elección difícil, y por el otro ejerce una enorme presión sobre Hamas, exigiendo que renuncie a la lucha armada y acepte los acuerdos de Oslo. En este contexto se puede entender la luz verde dada por Washington al establecimiento de un nuevo gobierno palestino con Salam Fayyad, en quien confía (y a quien Hamas detesta). De modo semejante, podemos entender por qué no ejerce Washington presión alguna para aliviar el sitio de Gaza.
La intención está clara: Estados Unidos trata de impedir a toda costa una (probable) victoria de Hamás en las próximas elecciones. No quiere repetir el error de 2006, cuando venció Hamas y en lugar de moderar sus posturas, éste utilizó su triunfo para hacerse con Gaza y fortalecerse en Cisjordania. Si Hamas desea nuevas elecciones, tendrá que reconocer el marco legal en el que se basa la AP. O se juega siguiendo las reglas o no se juega.
Pero Obama se enfrenta a dos dirigentes que se niegan a atenerse a las reglas. Uno se niega a reconocer a Israel, el otro se niega a reconocer a Palestina. El primero es Jaled Mashal, jefe de Hamas, y el segundo, Binyamin Netanyahu. Ambos pondrían en peligro su futuro político al aceptar las condiciones norteamericanas. Así nos encontramos con un extraño interés común entre los dos, en el que cada uno utiliza la existencia del otro para justificar su renuencia a entrar en un proceso dirigido a terminar el conflicto.
También Obama tiene mucho que perder. La oposición republicana está esperando un resbalón. Pero supongamos que su plan llegara a funcionar: Hamas accede a renunciar a la lucha armada e Israel congela la construcción en los asentamientos, y ¿después qué? Surge entonces la cuestión: ¿en qué piensa Obama cuando habla de "dos estados"? Ha proclamado su compromiso con un Estado palestino, pero también está comprometido -y esto por encima de todo- con la seguridad de Israel. Si es así, en ese caso ¿De qué clase de estado palestino estamos hablando? ¿Qué tipo de soberanía tendría? ¿Disfrutará de contigüidad territorial? ¿Qué se hará con Jerusalén? ¿Qué destino tendrán los refugiados? Dados los compromiso estratégicos con Israel de Estados Unidos, y considerando el silencio de Obama respecto a estas cuestiones, no podemos más que preocuparnos por que vaya a aceptar en lo fundamental la versión israelí de un Estado palestino, una versión que lo vacía de todo contenido.
El problema básico de Obama a la hora de habérselas con el problema israelo-palestino es el mismo que tiene cuando se enfrenta a las cuestiones cruciales de la economía norteamericana: trata de producir cambios de gran alcance en un marco fallido Su aparente incapacidad para salirse del marco -capitalismo global, de un lado, y acuerdos de Oslo, del otro- es probable que acabe siendo su perdición. El conflicto israelo-palestino requiere una solución en un nuevo marco estratégico. Y en él Israel ya no debe ser el actor dominante, sino una entre las naciones de la región. Debe dejar de ocupar la tierra de otros y ganarse en cambio su aceptación sobre la base de su disposición a respetar la soberanía de sus vecinos, entre los que se cuenta Palestina.
- Viñeta: J. Ezcurra
sábado, 1 de agosto de 2009
Asentamientos, primero
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