sábado, 1 de agosto de 2009

Bibi muestra sus viejas mañas

JERUSALÉN, 30 jul - (IPS)

"Imprudente", "arrogante", "inescrupuloso", "politiquero, no estadista"… Tanto amigos como enemigos endilgaban estos epítetos, entre otros, a Benjamín Netanyahu en su primer periodo al frente del gobierno de Israel (1996-1999).

En febrero, al ser elegido primer ministro por segunda vez, Netanyahu, conocido popularmente desde entonces como Bibi, parecía consciente de la pregunta que todos en Israel, y en el mundo entero, se hacían: ¿sería esta oportunidad que le confiaba la ciudadanía diferente de la primera?

Los primeros 100 días de su actual gobierno no alcanzaron para que surgiera una respuesta clara. Sin embargo, la mayoría de los israelíes, y cientos de millones de personas preocupadas en otros países, le concedieron el beneficio de la duda.

Esperaban que hubiera cambiado, que Netanyahu ya no fuera Bibi.

Pero ya no quedan dudas. El viejo Bibi ha regresado.

Esta semana aceleró en la Knesset (asamblea legislativa) el trámite de una controvertida iniciativa: admitir que los parlamentarios disidentes de sus partidos se aparten de ellos conservando sus escaños.

El propósito de Bibi fue claro: consolidar el predominio de la coalición derechista gobernante al abrirle una senda al ex ministro de Defensa, Shaul Mofaz –número dos del principal sector de la oposición, el centroderechista Kadima–, para que vuelva al Likud, el conservador partido que lidera el primer ministro.

Pero Mofaz descalificó al primer ministro –llamándolo "un simple chanchullero"– y dejó en claro que no se retiraría de Kadima, a pesar de que critica a su líder, Tzipi Livni, por negarse a integrar el gobierno.

"¿Cómo puede promover semejante ley?", dijo, dirigiéndose directamente a Netanyahu. "Ha llegado el momento de que se comporte como primer ministro. Tal vez actuó así porque cree que todo le está permitido. Tal vez llegó a la conclusión de que tiene que sobrevivir a cualquier precio."

Los detractores de Netanyahu creen lo mismo. Pero el segundo Bibi sugirió que lo que está en juego es mucho más que su mera supervivencia como primer ministro. Dijo creer que, como líder del Estado de Israel, tiene plena consciencia de los males que aquejan a Medio Oriente y de lo que hay que hacer para terminar con el conflicto en la región.

En mayo, Netanyahu salió escarmentado y conmocionado de una audiencia con el presidente Barack Obama en Washington, dado el nuevo tono de la política de su gobierno hacia la paz y la reconciliación entre árabes e israelíes.

Pero cuando finalmente escuchó la pretensión de Obama de sus propios labios –un claro pronunciamiento a favor de la "solución de dos estados" mediante la creación de uno para los palestinos–, sorprendentemente se abstuvo de manifestar explícitamente su oposición.

También fue discreto en su oposición a la demanda de Obama de congelar totalmente los asentamientos judíos en Cisjordania, lo que le permitiría pasar del enfrentamiento a "una negociación entre amigos".

Pero poco después Netanyahu recuperó la confianza en sí mismo y llamó al viejo geniecillo Bibi al rescate. Cuando apareció sobre la mesa la cuestionada expansión de construcciones israelíes un barrio palestino de la Jerusalén oriental ocupada, puso el pie en el freno.

Y habló Bibi. "Nadie puede ponerle límite a la soberanía israelí" en ninguna parte de la ciudad, o impedir que se permita a los judíos vivir "en cualquier parte de Jerusalén", declaró.

Tres meses después de su regreso al cargo, el viejo y belicoso Bibi había vuelto, con estridencia y sin miramientos.

La Casa Blanca debería comprender que los asentamientos no son la pieza determinante en la resolución del conflicto, observan los colaboradores de Netanyahu cada vez que les dan la palabra.

El conflicto tiene mucho más que ver con que "el mundo árabe esté preparado para reconocer a Israel como Estado judío y aceptarlo como una parte inborrable de la región", agregaron. Al mismo tiempo que le reclama a Israel congelar los asentamientos, Estados Unidos alienta a los estados árabes para que normalicen su relación con el Estado judío.

Pero los funcionarios del gobierno israelí se regocijan al observar que, hasta ahora, Arabia Saudita y otros estados de la región cercanos a Estados Unidos se han resistido a esas súplicas, lo cual, a su entender, refuerza sus argumentos.

Bibi temía a la presión de la que pudiera ser objeto por no congelar las colonias. Pero ahora parece creer que la aparente falta de reciprocidad del bando árabe, le sirve para contener esa presión.

Netanyahu y el enviado especial de Estados Unidos para Medio Oriente, George Mitchell, aseguraron haber constatado “avances” en la disputa sobre los asentamientos cuando se reunieron el martes.

Pero Netanyahu continúa insistiendo en que antes de frenar las obras en todos los asentamientos, y sólo por un tiempo limitado, quiere luz verde de Estados Unidos para completar 700 edificios “en avanzado estado de construcción”. Aceptar, para Washington, sería dar marcha atrás en sus exigencias.

El primer ministro israelí y Mitchell se reunirán nuevamente el mes próximo en Jerusalén.

La disputa por los asentamientos puede haber estado en el centro de su discusión, pero Netanyahu tiene una carta que no vacila en usar para contrarrestar la presión estadounidense.

Y la carta es la siguiente: el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) domina el territorio de Gaza, y el más moderado partido Fatah, al frente de la Autoridad Nacional Palestina, controla Cisjordania. ¿Cómo puede Estados Unidos contemplar seriamente la credibilidad de un Estado palestino?

Esta circunstancia está presente en cada conversación entre representantes de los gobiernos de Israel y de Estados Unidos como "reserva" del Estado judío hacia la solución de dos estados.

Ahora Bibi señala convencido otro error que percibe en la política de Washington: Irán.

Las críticas israelíes al "débil desempeño" de Obama en su política hacia Corea del Norte y en su estrategia de no enfrentamiento abierto con los ayatolás de Irán no llegan directamente de la oficina del primer ministro, sino a través de analistas y columnistas israelíes bien informados.

Sin embargo, en lo relativo a la amenaza nuclear, Bibi volvió a hablar sin tapujos.

El secretario (ministro) de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, visitó brevemente Jerusalén esta semana para calmar las incertidumbres israelíes, y declaró que su país se pondría firme a la hora de garantizar la seguridad de Israel.

Pero también repitió el mensaje de Obama, según el cual un acuerdo palestino-israelí debilitaría la amenaza iraní.

Netanyahu no respondió directamente, pero pareció hacierlo en la noche del martes, cuando habló en el Colegio de Seguridad Nacional en Jerusalén.

"El crecimiento del Islam radical se está restringiendo", sostuvo. "Lo único que puede resucitar la amenaza de los islamistas radicales es que tengan una bomba atómica. Es por eso que se debe impedir a toda costa que Irán adquiera capacidad nuclear."

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