Saleh Al-Naami
Al Ahram Weekly
Awatef Al-Assar llenó varios sacos de arena, que depositó a los lados de la tienda de campaña en un fracasado intento por estabilizarla. Sus niños todavía recuerdan cómo trató de amarrar muy fuerte el palo de la tienda que el pasado invierno la cobijaba a ella y a su familia, para evitar que los fuertes vientos que soplaban pudieran arrancarla. Mientras tanto, intentando ayudar, su marido temblaba afuera de frío y miedo a causa de truenos. La lluvia anegó la tienda anulando sus esfuerzos y haciendo que se viniera abajo sobre las cabezas de los niños. Toda la familia se vio obligada a buscar refugio en una casa cercana.
Al igual que los hogares de unos cuantos miles más de personas, el de Al-Assar fue destruido durante la guerra de Israel contra la Franja de Gaza. Incluso ahora tiene miedo de que se repita la misma espantosa experiencia del pasado año. Su vecina, Hajja Fatma Hamdan, que también está en el mismo campamento de refugiados con su familia, recuerda el pánico que sintió cuando vio cómo la lluvia estaba inundando la tienda mientras su familia dormía. Se despertaron asustados y todo lo que pudieron hacer fue abandonar todas sus pertenencias y buscar refugio en otra parte.
Los habitantes del campo de refugiados, que se extiende cercano a Beit Lahia, expresaron que las tiendas rasgadas y arrancadas motivaron muchos problemas de salud en las personas sin hogar, especialmente en los niños. Los más jóvenes sufrieron vómitos, diarrea y retortijones de estómago. Nehaya, que había enviudado cuando mataron a su marido durante la guerra, dijo que durante mucho tiempo tuvo que llevar continuamente a sus niños a una clínica en Beit Lahia para que les trataran de resfriados graves.
El invierno se acerca y los ocupantes de este campo –igual que los de otros campos- se quejan de no tener suficientes mantas para abrigarse. Suleiman Al-Masri, cuyo hogar en Beit Hanoun, al noreste de Gaza, resultó destruido, dijo que su familia, integrada por quince personas, sólo había recibido siete mantas de una organización de beneficencia. Nueve meses después del fin de la guerra, muchas familias sin hogar todavía vuelven a sus destruidos hogares en busca de mantas y cobertores bajo las toneladas de escombros. La mayor parte de esos intentos acaban en fracaso, porque todo resultó abrasado o está enterrado demasiado profundamente bajo los escombros.
Esas familias no tienen más refugio que los campamentos instalados por el gobierno de Hamas, la UNRWA o las organizaciones de beneficencia que trabajan en Gaza para todos los que perdieron su hogar, y se extienden por toda la Franja. De hecho, se construyeron en las zonas destruidas durante la guerra.
Mientras todos aquellos cuyas casas fueron demolidas se enfrentan al frío invierno, aquellos que viven en las que no quedaron del todo arrasadas tampoco lo tienen fácil. En muchos hogares hay que reemplazar los cristales de las ventanas que se hicieron añicos para bloquear la entrada del frío del invierno pero, debido al bloqueo, el suministro de vidrio es muy escaso y sólo se puede disponer del mismo mediante contrabando. Esto ha hecho que el precio de los cristales se dispare por las nubes.
Las ventanas del hogar de la familia de Ghassan Abu Samha, situada en el campo de refugiados de Al-Maghazi, en el centro de Gaza, quedaron destruidas en el curso de la masacre israelí. Los ochos miembros de su familia están expuestos al helador invierno, la estación fría se acerca y no ha sido posible reparar nada.
Abu Samha dijo a Al Ahram Weekly que no podía permitirse reparar las ventanas con el cristal de que se disponía, que era además de ínfima calidad. “Las reparaciones cuestan 2.500 shekels (700$), esa suma, para mí, es inmensa”, continuó. “No tengo otra opción que cubrir las ventanas con plásticos, que no cuestan más que 100 shekels”. El hijo de diez años de Abu Samha recordaba lo duro que fue dormir durante el pasado invierno con sólo plásticos en las ventanas del dormitorio. Sin embargo, es el plástico la única solución que pueden permitirse muchas de las familias de Gaza.
Mientras tanto, los cientos de seres que viven en la frontera entre Israel y la Franja de Gaza que tienen intactos sus hogares han decidido marcharse ante el temor de que Israel les bombardee. Se sienten especialmente vulnerables porque sus casas están situadas frente a las bases del ejército israelí en la línea de demarcación.
Zaidan Sarar, que vive en Om Al-Gamal, en la frontera, es uno de los que han decidido dejar su casa y trasladarse a un apartamento de alquiler donde puedan sentirse a salvo del ejército israelí. Sarar se trasladó a un bloque de apartamentos en Deir Al-Balah y abandonó su hogar, declarando al Weekly que prefería gastar todos sus ingresos en el alquiler con tal de sentirse más seguro. “Al recordar los cadáveres de los niños asesinados en la última guerra, decidí hacer algo para que mis niños no sufran el mismo destino”, dijo. “Por esa razón busqué un apartamento de alquiler y dejé mi casa, en cuya construcción invertí los ahorros de toda mi vida”.
Otras familias están lidiando con el problema del hacinamiento tras abrir sus puertas a familias sin hogar. Gamal Al-Masri, de 29 años, espera que llegue la noche para volver a su hogar en el campo de refugiados de Al-Nusairat, en el centro de Gaza. El hogar de Al-Masri acoge actualmente a sus padres y a sus hermanos menores, que fueron en su búsqueda cuando su hogar en el campo Al-Maghazi, al este de Al-Nureirat, fue demolido en la última guerra en Gaza. Al-Masri, que está casado y tiene cinco hijos, dijo al Weekly que pasa fuera de casa tanto tiempo como puede porque su hogar de tres habitaciones acoge ahora a 17 personas. Al aproximarse el invierno, su capacidad para quedarse fuera con sus compañeros de trabajo o vecinos va reduciéndose, pero se siente incapaz de vivir en una casa tan atestada de gentes. Ahora, el mayor problema de Al-Masri es la carencia de mantas para poder abrigar a todos del duro y frío invierno.
Al-Masri no es el único que se vio obligado a acoger a su familia después de que el ejército israelí destruyera sus hogares durante la guerra. En realidad, podría considerársele afortunado porque hay quien ha tenido que albergar en su hogar a muchas más personas a causa de la guerra. Adel Sala, de 43 años, no tenía más opción que acoger a las dos familias de sus hermanos una vez que el ejército israelí destruyó sus hogares en dos ataques aéreos distintos. Con 25 personas viviendo ahora en su casa de cuadro habitaciones en el pueblo de Al-Qarara, cada habitación acoge a una familia mientras los tres hombres duermen en la cuarta. Sala admite que las condiciones de vida son muy difíciles, complicadas e incómodas. Por ejemplo, para ir al baño hay que haber pedido vez con anterioridad, por lo que él y sus hermanos se van a la mezquita a hacer las abluciones para evitar más apuros a los demás.
Las escenas que conlleva la dureza del invierno son infinitas, y no son las menores las de los niños cuyos hogares fueron demolidos y tuvieron que trasladarse lejos de sus áreas de residencia. Ahora tienen que viajar largas distancias todos los días para llegar hasta sus colegios y tampoco disponen de suficiente ropa de abrigo que les proteja contra el frío glacial del invierno.
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
martes, 10 de noviembre de 2009
Abandonados a la intemperie
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