Sousan Hammad
The Electronic Intifada, 06.08.09
Están siendo unos días poco normales aquí en Belén. Su pintoresco ambiente habitual ha desaparecido. La policía palestina hace horas extras y los cafés están abarrotados de hombres vestidos de traje de chaqueta y que fuman puros, venidos a la ciudad para la sexta asamblea general de Fatah. El movimiento laico Fatah se fundó en los cincuenta y desde entonces ha estado a la vanguardia del movimiento nacional palestino.
Para muchos de los 2.000 altos cargos de Fatah que han estado décadas exiliados de Palestina esta es la primera visita. La última conferencia general de este tipo se celebró hace más de 20 años en la ciudad de Túnez, pero la asamblea de este año, que reelegirá a los 21 miembros del comité central de la organización, llega en un momento amargo de la lucha palestina. Con el reciente (otro más) acto de violencia de Israel (la desposesión y expulsión de dos familias de sus casas en [el barrio de] Sheikh Jarrah de Jerusalén este) el dirigente de la Autoridad Palestina (AP) Mahmoud Abbas y sus seguidores de his Fatah tienen que trabajar en contra del inflexible actitud descarada del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.
Pero hay una cosa por la que se puede contar con Fatah, es su poder ejemplar y su capacidad para intimidar, en este caso con todo lo que va unido al totalitarismo del partido único y la supresión de toda oposición.
De vuelta a Belén, empezó la ceremonia de apertura de la conferencia. Cubriendo las paredes de la sala de la conferencia había carteles de los mártires y muchas pancartas que trataban de hacer visible el espíritu de resistencia: algunas con consignas en defensa del derecho palestino al retorno, otras poniendo énfasis en la lucha armada y en la independencia.
Sonó el himno de Fatah y la solemne multitud se puso en pie con los brazos colgando catatónicamente paralelos a las piernas. En cuestión de segundos los delegados fueron absorbidos por un espectáculo de cantar y aplaudir cuando apareció en el escenario Abbas, cuyo mandato como presidente expiró el pasado mes de enero. Mientras Abbas esperaba su turno para leer lo que parecía un inevitable discurso de sesenta páginas, un hombre iba por las filas del auditorio repartiendo a delegados y periodistas kufiyas (el pañuelo tradicional) baratas con la marca de Fatah. Insistía en que todo el mundo se la pusiera para las cámaras.
El espectáculo continuó con un afectadamente dramático discurso del ex-primer ministro Ahmed Qureia, co-propietario de Cementos al-Quds, una compañía que ha vendido cemento a Israel para la construcción del ilegal muro de Israel en Cisjordania. Despertando una cierta angustia desde el pasado, Qureia pidió que se recordara al fallecido dirigente palestino y miembro fundador de Fatah, Yasser Arafa, y un momento de silencio por los mártires de Palestina pertenecientes a Fatah.
Abbas se hizo cargo del escenario y habló Belén como el cercado lugar de nacimiento de Jesús. Delegados de Siria, Líbano, Alemania y de otros lugares escucharon a Abbas hablar de todo los retos a los que se enfrenta Fatah, incluido un prolongado ataque a la “vergüenza” de Hamás por no permitir a los altos cargos de Fatah salir de Gaza. Mientras Abbas hablaba de Gaza, un delegado se levantó y gritó en un todo repetitivo y ominoso “¡Muerte a Hamás!”. No pareció que a nadie le molestara este odioso grito. Abbas siguió con su discurso y durante dos horas ofreció una sesgada historia de la Organización para la Liberación de Palestina(OLP) desde su nacimiento en 1964 hasta nuestros días.
Las viejas figuras nacionalistas estuvieron inquietas durante una hora de este discurso. Iban y venían de los pasillos al dosel que había fuera para ponerse al día con sus viejos camaradas. En medio del galimatías político llegó elegantemente tarde un clon de Gadafi con gafas de sol mientras sonaban los teléfonos móviles y nubes del humo de los cigarros formaban halos sobre las cabezas de los delegados que estaban sentados y escuchaban una historia que ya conocían y que habían vivido.
Era difícil no oír el fuerte tono de autofelicitación de Abbas rezumar de los oradores cuando éste habló de la importancia de mejorar las medidas de seguridad dentro de Palestina. Habló de las nuevas leyes que la policía palestina ha estado haciendo respetar y que se han utilizado para “disciplinar a los palestinos”, y también habló de una investigación sobre la muerte de Arafat (sin mencionar, por supuesto, las recientes acusaciones de Farouq Qaddumi, secretario general del Fatah y director del departamento político de la OLP, de que el propio Abbas había colaborado con Israel para provocar la muerte del difunto presidente). Mencionó indirectamente a Qaddumi al afirmar que aquellos que desean señalar con el dedo en relación a la muerte de Arafat deberían estar avergonzados de sí mismos. Con todo, no se hizo mención a la draconiana decisión de Abbas de cerrar temporalmente las oficinas de al-Jazeera en Cisjordania por emitir entrevistas en las que Qaddumi hizo sus explosivas declaraciones.
Muchos miembros jóvenes y viejos de Fatah siguieron siendo escépticos acerca de la posibilidad de superar las luchas internas de la organización, afirmando que todo eso ya lo habían oído antes. Al parecer, el único que lo creía verdaderamente era Jibril Rajoub, un ex-alto cargo de seguridad de Fatah y ex-jefe de una de las muchas fuerzas de seguridad de la AP, al que se considera posible sucesor de Abbas. Rajoub dijo a la horda de periodistas que le ponían los micrófonos delante que la conferencia era “un renacimiento” que revitalizaría Fatah.
Pero no había más que salir fuera para ver la segregación entre los delegados. Los viejos y exiliados, vestidos con uniformes color caqui que recordaban sus días revolucionarios, se reunían para fumar y beber Nescafé, mientras expresaban su gratitud por volver a Palestina durante la semana de permiso que les había concedido Israel. También estaban los jóvenes: ex-combatientes, como Zakariya Zubeidi, que dirigió las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa Martyrs, pero firmó un llamado acuerdo de amnistía con Israel. Ante la prensa rezumaba optimismo acerca de la urgencia de pacificación con Israel.
Como dijo un alto cargo de Fatah, que expresó su deseo de permanecer en el anonimato: “En este movimiento hay dos planos, el plano de los dahlanistas [Mohammed Dahlan y sus seguidores], aquellos que apoyan la paz y el pragmatismo, y el plano de la resistencia, aquellos que desean mantener viva la lucha armada. Pero hay tanta corrupción entre quienes ostentan altos cargos que no creo que podamos unirnos ... es entre ellos y nosotros”.
Sin importar que Cisjordania y Gaza sean cada vez más dependientes de las organizaciones de ayuda occidentales para desarrollar sus propios pueblos y ciudades, Abbas insistió en mostrar a los delegados del exilio el “éxito” de la AP. A pesar de que Palestina carece de Estado, Abbas mencionó cómo él ha estado mejorando la seguridad del Estado. Al oír esto, Mohamed Edwan (Director de la Oficina de Prensa de la AP que casualmente estaba sentado a mi lado), movió la cabeza y dijo: “Esto es un Estado policial, no un Estado de seguridad”.
Ya es difícil ver el objetivo de estas ceremonias, pero cuando el propio portavoz de Abbas descalifica lo que aquel dice tachándolo de falso, ¿cómo podemos esperar que el comité central, la agenda política y los organismos electorales de toma de decisiones de Fatah actúen de forma conjunta con los miembros del partido, mucho menos los dirigentes políticos de otras facciones o incluso Israel? Estas son las hogueras a las que Fatah se enfrenta en la conferencia.
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Sousan Hammad es una periodista que trabaja en la ciudad cisjordana de Ramala. Se puede contactar con ella en: sousan.hammad@gmail.com
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
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