Hay que impulsar el boicot a Israel
David Karvala
Debe de haber pocas conexiones entre el Parc de la Ciutadella de Barcelona y los jardines de la Casa Blanca, pero estos días los relaciona el conflicto palestino-israelí. Washington, por supuesto, tiene rodaje en el tema. Como se ha anunciado estos días, el Presidente Obama se reunirá con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, para retomar el “diálogo de paz” en Oriente Medio.
Y el 11 de septiembre, el parque barcelonés acogió el acto institucional de la Diada catalana, con la participación de la cantante israelí Noa, quien fue recibida con protestas por parte de la Plataforma Aturem la Guerra.
Empecemos con el intento de Washington de “reactivar el proceso de paz”. El llamado proceso existe desde principios de los años 90, sin que Israel haya cumplido nunca lo prometido, que de todas formas ha sido muy poco.
Así ha actuado desde siempre: empezó a incumplir las resoluciones de la ONU en 1948, el mismo año en que declaró su existencia, al negar el derecho de retorno de los refugiados, tal y como exige la resolución 194. A partir de 1967, incumple la resolución 242 que exige la retirada israelí de todos los territorios ocupados en el conflicto de aquel año.
Pero a pesar de este historial, la opinión de la “comunidad internacional” —es decir, de EEUU y los principales países europeos— es que el obstáculo para la paz son los palestinos. A Israel siempre se le acepta como a un interlocutor válido. Esto no cambia ni tan siquiera ahora cuando tiene un gobierno de extrema derecha.
Obama —que se supone es más exigente hacia Israel que su antecesor— acepta como condición suficiente que Israel cese la construcción de colonias en Cisjordania durante 6 meses. Es decir, que si Israel promete que dejará de incumplir una ley internacional durante medio año, lo demás será olvidado.
A los palestinos, en cambio, se les exige reconocer y aceptar la ocupación de sus tierras, aceptar el estatus de Israel como Estado racial, abandonar el derecho de retorno de los refugiados… Y si no lo hacen se les tacha de enemigos de la paz, como le ocurrió antes a Yasir Arafat, y ahora a Hamas.
Aquí tenemos una definición algo extraña de la paz, que consiste básicamente en que el pueblo palestino se olvide de sus derechos.
Pero los dirigentes de EEUU y la UE no pudieron impedir el rechazo popular a la matanza llevada a cabo por el “pacifista” Israel en enero de este año. Evidentemente, aunque ellos no hacían ascos a los líderes israelíes —entonces Olmert, ahora Netanyahu— los responsables de los bombardeos provocaron mucha oposición entre la ciudadanía.
Aquí entra Noa, con su reputación de defensora de la paz y del diálogo. Parece evidente que al invitarla a participar en el acto de la Diada, “dedicado a la paz”, las autoridades catalanas —en sincronía con Madrid— intentaban hacer un gesto de desagravio hacia Tel Aviv por las manifestaciones de enero. La protesta convocada por la Plataforma Aturem la Guerra conllevaba el riesgo de desmontarlo todo. De ahí la campaña mediática sin precedentes dirigida contra la Plataforma, tachando a sus integrantes de inquisidores, impresentables, judeófobos…
Se logró crear una gran confusión. ¿Por qué el movimiento anti guerra, en el que todos los partidos (menos el PP) habían participado, atacaba a una pacifista?
La verdad es que sólo se puede definir a Noa de pacifista si se ignoran sus propias declaraciones.
El 8 de enero de 2009, escribió una carta abierta en la que tachó a Hamas de “virus”, de “cáncer”, del que pidió que Israel “liberase” al pueblo palestino. El bombardeo israelí, la “liberación” que exigía, ya estaba en marcha.
Sólo 3 días antes de la Diada, Noa escribió en su blog: “La última operación en Gaza llegó después de ocho años consecutivos de bombardeos por parte de Hamas en la frontera con Israel. ¡Ocho años! Israel fue arrastrado a la guerra.” Se olvidó comentar que esos cohetes mataron a un total de 14 israelíes, 4 de ellos civiles. Durante el mismo período —antes de la masacre de principios de este año— los ataques israelíes mataron a más de 4.500 palestinos, unos 900 de ellos menores.
Noa justificó el ataque en los mismos términos que el ejército israelí.
Pero nos quieren hacer creer que es pacifista, simplemente porque dice que está a favor de la paz.
Se trata de un pacifismo vacío de contenido: un “pacifismo” que cohabita con la justificación de los bombardeos, con el apoyo a “nuestros chicos” del ejército israelí que lleva a cabo las matanzas.
La importancia radica en que ella representa la cara aceptable de Israel: el “poli bueno”, al lado de los polis malos como Netanyahu. Nadie progresista daría la bienvenida al Primer Ministro israelí. Pero Noa, utilizando su posición como cantante, juega tan bien su papel que incluso se le está permitido hacer un discurso político a favor de Israel en el acto de la Diada.
No en vano el 14 de septiembre la cantante celebró que con su actuación “conseguimos cobertura en primera plana en todos los periódicos, TV y radio” y que todo esto representaba “una victoria para Israel”.
Hay que insistir: el Israel que Noa defiende es el mismo que mató a 1.400 palestinos en enero y que mantiene un estado de sitio contra Gaza hoy. Es el mismo al que el Estado español vende armas, y al que Zapatero está a punto de visitar.
¿Qué podemos hacer, los que no nos hemos olvidado de nuestra solidaridad con el pueblo palestino?
La respuesta es impulsar la campaña de boicot contra el Estado de Israel. Lo piden las organizaciones palestinas, como un medio no violento para presionar a Israel a cumplir con las resoluciones de la ONU y el derecho internacional, y a respetar los derechos del pueblo palestino. Al protestar contra Noa, la Plataforma Aturem la Guerra respondía a esta llamada.
Las críticas y los insultos que ha recibido la Plataforma estos días no son nuevos. La campaña de boicot que se llevó a cabo contra el apartheid en Sudáfrica en los años 70 y 80, respondiendo a la llamada de dirigentes como Nelson Mandela, también fue difamada, pero hoy en día se reconoce por haber ayudado a derrotar al régimen racista en Sudáfrica.
Hoy, Israel practica el apartheid, y el boicot vuelve a ser necesario.
El movimiento está creciendo. Sólo la semana pasada, la central sindical unitaria de Gran Bretaña votó a favor de apoyarlo.
Al final, habrá una solución en Israel-Palestina, y la campaña de boicot habrá contribuido a conseguirla. Al igual que en Sudáfrica, el único efecto de los ataques e insultos —y de insistir en mantener relaciones comerciales y políticas con el régimen de apartheid— será el de retrasar esta solución.
En enero de este año, las calles de Barcelona, y de otras muchas ciudades del Estado español, se llenaron de protestas multitudinarias en solidaridad con el pueblo palestino y exigiendo el boicot.
¿No sería más digno que el gobierno español, en vez de intentar “compensar” al gobierno ultraderechista de Israel por aquellas protestas, escuchase lo que pidió la gente?
La ONU acaba de declarar que Israel cometió crímenes de guerra en su ataque a Gaza. ¿Qué más necesita el gobierno para dejar de vender armas a Israel? ¿Qué más hace falta para que se deje de reconocer a Israel como “socio preferente” de la UE, dado que el país ya ha incumplido el tratado?
En la acción de protesta de la Diada, seguro que cometimos algún error.
Pero socorrer a un criminal de guerra y venderle armas tiene nombre, y es bastante más fuerte que “error”.
David Karvala es militante de En lluita y miembro de la Plataforma Aturem la Guerra
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Fuente: Rebelión
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